No lo dudemos, la paz beneficia nuestro estado de ánimo. La guerra o la crisis –guerra sin bombas– nos pone de los nervios. Y es que encajamos muy mal nuestros errores y los tapamos culpando a otros del desastre: vecinos, familia, bancos, etc. ¿Cuántos años llevan las campanas tocando a difuntos? Pues nosotros, en lugar de elevar la voz para llamar la atención a los defraudadores, pedimos por su salud todas las noches o nos vamos a rezar la Salve al Rocío, que quieras o no, es mucho más entretenido. Es cuestión de mirar la vida desde otra perspectiva.

Y si no, que se lo pregunten al sr. Dívar, presidente del Tribunal Supremo. Él templa sus nervios viniéndose los fines de semana –con gastos pagados– a Marbella y lo más maravilloso es que se cabrea –perdón, enfada– porque los españolitos de a pie le digamos que a nosotros también nos gustaría relajarnos en esas maravillosas playas sin tener que empeñar la pulsera de mi abuela. Nuestra Constitución nos dice que todos los españoles somos iguales, por eso: Fin de semana gratis pa tos, como Dios manda. En el fondo, no podemos negar que nuestro peor defecto es la envidia, al menos eso dicen los defraudadores.

Nuestras condolencias a los italianos por las desgracias que les entristecen en estos días y que parecen no tener fin. Cuando los males ocurren a adultos es doloroso, pero menos. Los niños son otra cosa. Cuando una criaturita es sacada de entre los escombros porque a este loco planeta se le ocurre estornudar, no tengo otra cosa que decir: «Señor, Señor: ¿ves las cosas que ocurren cuando dejas de mirar a lo más precioso que creaste? Cuida a nuestros niños que aún son inocentes». Casi todos.

María Rosa Navarro licenciada en Historia Medieval y arqueóloga