Tengo dicho, como muchos otros articulistas, que la crisis financiera e institucional que padecemos es, sobre todo, de carácter moral, de falta de dignidad, de poca honestidad en la gestión de la cosa pública, y que nuestro mayor problema, más allá de la prima de riesgo, es la indecencia de nuestros políticos. Una arquitectura institucional inflada que se lleva, cada año, miles de millones de euros; administraciones paralelas creadas para esquilmar recursos públicos, y subvenciones a fondo perdido a amiguetes de nuestros gobernantes, que chalanean con la publicidad amenazando a los medios con cortar el agua que riega sus engranajes si no se habla bien de infaustos y lamentables personajillos.

En medio de esta marejada no presenta mejor cara la Justicia, con un presidente, Carlos Dívar, que es incapaz de dimitir después del escándalo de sus onerosos viajes a Marbella. El jueves pasado dio una rueda de prensa para decir que no ha cometido irregularidad alguna, «ni moral ni jurídica». Que no hay delito ya lo sabemos después de que la Fiscalía General del Estado, en un enjuague escandaloso, haya efectuado la investigación más eficaz y rápida en décadas para archivar el caso sin decir esta boca es mía –no sé qué pasaría, querido lector, si el objetivo de la investigación fuera usted–. Pero la ostentación y el lujo, en época de miseria para muchas familias, de los que ha hecho gala Dívar revelan su respeto por quienes no llegan a final de mes: ninguno. Ni de él ni de la Justicia a la que sirve y dice representar.

Sin embargo, en medio de esta tormenta moral y ética, hay gestos que iluminan parte del camino en la noche lluviosa, o que te reconcilian con la Justicia. Hace tiempo hablé de un magistrado que, tras sufrir un infarto un viernes, el lunes presidía un importantísimo juicio –y cuyo nombre ni revelé ni revelaré por petición expresa suya–; y estos días, según fuentes jurídicas, se ha conocido que José Godino, presidente del tribunal del caso Malaya, ha renunciado a sus vacaciones de agosto para poner la sentencia del mayor sumario de corrupción jamás conocido en España. Prevé terminar a finales de junio, y el fallo, como mínimo, requerirá de seis meses de su vida a tiempo completo, pese a que lleva ya varios años entregado en cuerpo y alma a matar un morlaco incómodo para muchos, pero que él ha sabido lidiar.

La preparación de este macrojuicio será recogida en un libro, o eso es lo que se habló en el inicio de las sesiones –septiembre de 2010–, con el objetivo de que esta valiosa experiencia ilumine a otros magistrados en similar trance. Un juez que se queda sin vacaciones para cumplir con su deber y otro que se resiste a irse después del lamentable espectáculo con que no has obsequiado: las dos caras de la Justicia.