Van ya doce ediciones sucesivas del Príncipe de Asturias de las Letras sin que haya sido premiado un autor en castellano. ¿Será a causa de un decaimiento de nuestro lengua, del poco tino y arte del gremio que la cultiva, o de esa versión paleta del cosmopolitismo que adora el universo a excepción del más cercano? El consuelo es que Philip Roth es un grande-grande, y su lectura cura algunos males de lectores y escritores, en especial los del moralismo, la pacatería y el pudor, que tanto daño hacen a la verdad literaria. También el mal (literario) de la cordura: «Mi sano juicio no es más que el legado de terror que llevo dentro, como consecuencia de mi ridículo pasado», dice un personaje suyo. En otro tiempo la desvergüenza literaria sexual le costó a Roth estigmas varios, y sería muy de agradecer que tuviera el coraje de volver a ella, sin cautelas, en la ceremonia de entrega de los premios.