La noche del sábado al domingo, encendí la radio para ver si escuchaba alguna explicación razonable acerca de esos cien mil millones de euros que Europa está dispuesta a entregar a los mismos que desfalcaron esa cantidad, y tropecé con un programa en el que entrevistaban a una presunta experta en minerales. La mujer contaba que un hombre muy importante, y cuyo nombre prefería omitir por discreción, se encontraba un día paseando por el campo cuando le sorprendió una granizada. Llegado que hubo casa, y al revisar los bolsillos de la chaqueta, halló una piedra que guardó como un amuleto. La llevaba siempre encima, por si le diera suerte.

Lo mejor de todo es que un día la piedra le habló, ofreciéndoles soluciones al sinfín de problemas que aquel hombre público tenía que afrontar cada día. El locutor, lejos de extrañarse por un asunto tan extraordinario, siguió adelante con su guion y ahí quedó la cosa. Pensé que la ausencia de aspavientos del locutor respecto a la piedra parlante se parecía mucho a la pasividad con la que habíamos recibido la noticia del rescate económico. Estábamos hablando de cien mil millones de euros con los que alguien nos tenía que socorrer para que no cayéramos en la mendicidad. Traté de imaginar que la situación, en una cantidad proporcional, me sucedía a mí. Me veía en el banco, solicitando un préstamo astronómico para hacer frente a una gestión desastrosa de mi patrimonio, y se me ponían los pelos de punta.

¿Por qué entonces Luis de Guindos nos lo había vendido como si acabáramos de recibir la herencia multimillonaria de un pariente lejano? Y sin tan importante era el chollo, ¿por qué no nos lo comunicaba el mismo Rajoy? Entre tanto, la supuesta experta en piedras continuaba hablando sin que el locutor pusiera límites a aquel aluvión de tonterías sobre los minerales. Más tarde averigüé que la emisora que había sintonizado era RNE, la más obligada, por su condición de pública, a explicarnos lo del rescate. El domingo, antes de ir al fútbol, Rajoy compareció unos minutos. Pese a hablar, dijo menos que las piedras, que callan.