Tuve que tomar una decisión drástica. La edad y el sedentarismo de una vida frente a un teclado de ordenador me empujaron a hacer algo que ni mi madre ni todos mis profesores de gimnasia de la infancia lograron tras años y años de insistencia que hiciera: correr. Sí, como los cobardes. Ventolín en mano. Pues, a pesar de que creí que todas esas noches aguantando las barras de los bares (para que no se cayeran), de esos bailes al son de canciones pachangueras sobre tacones imposibles o ese levantamiento continuo de vasos de whisky me darían algún tipo de resistencia en las actividades físicas pude comprobar desde el primer momento que no sirvieron para nada. Ataviada con unas zapatillas de deporte y ropa cómoda, el primer día recorrí valiente a trote unos veinte metros, todo lo que pude hasta que me dio la impresión de que uno de mis pulmones iba a salir disparado de mi boca. Confieso que estuve a punto de retirarme, pero mi orgullo pudo más. Dicen que correr es de cobardes, yo digo que valiente es el que consigue recorrer el paseo marítimo cual Carl Lewis sin despeinarse un solo pelo. Y son muchos los que lo hacen.

En mi inmersión en el deporte me di cuenta de varias cosas, además de mi bajísima forma física. La primera es que en Málaga hay mucho culto al cuerpo, mucho deportista; la segunda, la playa de La Malagueta es un millar de veces más bonita de noche que de día (parece que está limpia, deberíamos de traer a los turistas a partir de las nueve de la noche); y la tercera y más inquietante, descubrí a un ser que emerge cada noche de entre el falso roqueo del paseo donde habitan el 80% de los gatos callejeros de nuestra ciudad, cercano a donde se erguía no hace mucho el tranvía, y al que he bautizado como «felíntropo». Mi primer encuentro vino precedido por un chirriante sonido de papel albal que se combinaba con el bufido tenso de los felinos. Los gatos se amontonaban ante lo que parecía ser su líder, una fantasmal figura encaramada a las rocas, ataviada con bata y zapatillas de andar por casa, que les decía: «Anda bonicos, un poco de pescada que nos ha sobrado, a comer todos». El «felíntropo», ese ser sin ánimo de lucro que mantiene lustrosos a nuestros gatos, desapareció entre la oscuridad; por mi parte, seguí intentando correr como el resto de los deportistas que me acompañaban.

Como dicen que correr es de cobardes, intenté buscar rostros famosos entre la gente. Sabía que Francisco de la Torre no iba a estar entre ellos, pues valiente hostia les ha metido esta semana a Zoido y a Bendodo con eso de ser el sucesor de Arenas: «demasiado trabajo» y «el problema es que no tiene cargo andaluz» han sido las pullitas del alcalde. Je. Disfruto cuando alguien dice sin tapujos lo que realmente piensa, y eso es difícil de encontrar en la política. Menos aún en el seno de un mismo partido...