La obligación de escuchar a Mario Vargas Llosa proviene de su condición de único intelectual español –bien que adoptivo– repertoriado en la lista de los cien pensadores globales, en la relación anual de las revistas Foreign Policy y Prospect. Su reciente ensayo La civilización del espectáculo, título concomitante con La sociedad del espectáculo de Guy Debord aunque escrito cuarenta años después, ha merecido más atención que una novela del autor también peruano, lo cual es justo a tenor de las dos últimas obras de ficción del premio Nobel.

La esencia del ensayo de Vargas Llosa, tan endeble que no cabe mucho más, se consume en una pataleta del autor pretendidamente culto contra una sociedad –perdón, una civilización– que no está a su altura y que además aspira a divertirse. El planteamiento diabólico se debe a que, si hay una masa suficiente de seguidores de un producto cultural, el artículo en cuestión pierde cualquier valor. Salvo, por supuesto, si lo ha escrito un tal Vargas Llosa.

La carga argumental de La civilización del espectáculo es tan delicuescente que su espuma adjunta –a la que contribuimos desde la modestia– demuestra el aburrimiento encelado de las órbitas intelectuales, antes que una polémica sustanciosa. Casi da pereza recordar que un tal Shakespeare fue un autor popular en cuanto jaleado por la plebe, y cabría adjuntar a su condición un tal Molière, antepasado del Dario Fo vituperado por Vargas Llosa. Por desgracia, Francisco Rico se nos adelantó en esta precisión décadas atrás, lo cual autoriza a plantearse si el excelso escritor pretendía plantear algún asunto de mínima actualidad.

Ah, sí, en La civilización del espectáculo se efectúa la arremetida de ordenanza contra internet. Por lo visto, este engendro causa estragos superiores a la masturbación, porque aniquila las neuronas con su apoteosis de la fragmentación. El insigne pensador no ha reparado en que su libro es un remiendo de reflexiones de baja densidad con artículos publicados hace años en prensa. Material de aluvión, como la red misma.

La civilización del espectáculo muestra a un liberal que siempre encuentra resquicios para abrazar las tesis más conservadoras. Vargas Llosa ha escrito el primer curso de elitismo en que se menciona a la revista ¡Hola!, tan caudalosa con el romance en el Nobel de Estocolmo entre un hijo del escritor y la creadora Genoveva Casanova. En fin, el autor se atreve a menospreciar a Baudrillard, pese a que el francés asienta más originalidad en una letra que Vargas Llosa en una página. O dos.