Me ha sonado el teléfono mientras estás discutiendo de prima y de riesgo en una comida con amigos. Intervienes en la conversación atacando con la misma solvencia, pero de barrio, la ensaladilla rusa, que con la adquirida con el tiempo y lo leído las gambas de Garrucha. Entonces «Rinnnn, Rinnn»... Pocas veces pierdes tanto en tan poco tiempo, el trabajo, esa forma de vida, en una intuición que mantenías en guardia, en una llamada telefónica de quien no era normal que te llamara ese día ni a esa hora, como cuando ha ocurrido una desgracia.

Y ya está, eres uno de ellos. Uno más del cómputo fatal del paro en España. Tú, que te creías el notario de lo que le acontece a los demás, dando ánimos por la radio en cuanto tenías oportunidad por aquello de la crisis que da para hablar tanto en la comida, olvidando que los demás somos tú, tú eres ya los demás. Te lo han dicho por teléfono. Digiérelo como el último buche de cerveza que te has bebido antes de levantarte de la mesa. Un mal trago.

Nos enseñaron a vivir bien. Nos dijeron que estaba bien que quisiéramos vivir bien. Nos lo dijeron en el banco cuando nos prestaron el dinero para la hipoteca. Se lo dijeron al banco español en el banco alemán cuando le prestaron el dinero para que nos lo prestaran a nosotros para la hipoteca. Quizá por eso la agencia Moody´s amenaza a los bancos germanos con reducirles la magnífica calificación de la que hasta hora disfrutan. Pero los van a salvar. Hay que mantener vivo un sistema a pesar de que pone en el alero el bienestar social llevado al límite de un país entero como España. Aunque sea un país troceado de manera insostenible, al menos en la práctica autonómica si no sobre el papel, que a la hora de la verdad se comporta políticamente como un reino de Taifas gobernados por adolescentes partidistas celosos de sus tribus clientelares, demasiado acostumbrados ya a haber posado el culo en el mullido relleno con que el poder reviste las sillas de antaño.

Así que van a salvar a los bancos y a los bancos que han prestado a los bancos, pero no al estado del bienestar. Por eso te echan. Por eso echaron a otros antes que a ti, aunque tú te creías el buen fiscal de su desahucio laboral, absurdamente por encima. Porque en los últimos años, ésos que siempre quieren tener más para ser más de lo que saben que son y serán, aunque tengan tanto, optaron por la acción bursátil, en vez de la acción social corporativa. Sólo había que devorar una «pescaílla» envenenada con la ponzoña de la especulación que se muerde la cola financiera y que ya parece una bicha, más que el pescado blanco que te recomienda la pediatra darle al niño cuidando de apartar bien las espinas. ¡Ah!..., el niño.

Piensas en tu hijo. En cómo decírselo a su madre. Pero ahora toca pagar entre todos la comida y quedar para un martes próximo en que ya nada será igual que antes.