Hay un mundo maravilloso, pero no en el 4º B, portal 3, del número 2 de la calle Guadiana, en la barriada malagueña de Los Corazones. Allí vivía María Victoria, de cincuenta y pocos años, algo avejentada por las circunstancias. Vivía con su madre, de 96, que padece Alzheimer y lleva años en la cama. A medida que este mundo maravilloso para algunos que viven del otro lado de su puerta se hacía más y más insostenible para otros como ella, las deudas empezaron a cercarla. El estanco en el polígono industrial El Viso que regentó un tiempo, ni era fácil de atender ni resultó mínimamente rentable. La ayuda pública que la calificaba a ella como cuidadora de su madre dependiente, tampoco, la ayuda da para poco. Mª Victoria había avalado la compra del local con su propia vivienda y la deuda, finalmente, acabó en la ejecución hipotecaria del aval y en la consiguiente orden de embargo. La pobre mujer sabía lo que viene detrás de ese negro aviso que llaman legal, aunque lo sea€

Las noticias decían ayer que Mª Victoria tenía depresión y, claro, se especula mucho con eso para justificar por qué cogió una escalera de mano para subirse y arrojarse por la ventana. También se ha dicho de otras personas en situación de vulnerabilidad económica y social que han acabado con su vida tras recibir la amenaza del desahucio, o directamente al escuchar el aporreo en la puerta del agente judicial, la policía y el cerrajero violentando la cerradura cuando nadie abre (como sucedió con Amaia en Barakaldo, aunque ella se subió a una silla, no a una escalera, antes de tirarse). Conociendo las circunstancias que rodean la vida diaria de personas como la malagueña Mª Victoria lo extraño sería que no estuvieran, como poco, deprimidas.

Vidas así sólo esperan un punto de presión más para sacar los pies del tiesto o las piernas, y la vida entera, por la ventana. Algunos vecinos intentaron echarle una mano recolectando dinero, pero no fue suficiente. Ya se sabe, los que tienen poco dan poco. Los que lo tienen casi todo, en cambio, suelen dar nada. Dice uno de esos vecinos que dejó cartas, y que en alguna concretó las facturas que se debían y las que ya estaban pagadas, la medicación que tiene que recibir su madre y la residencia a la que creía que debían enviarla. Me he puesto una música divertida de fondo para poder escribir estas cosas tan poco relevantes de una vida tan anónima.

Hay ecos políticos que suenan a broma cruel cada vez que algo así pasa. La información sacia su hambre de noticias cuando se confirma el titular, pero la verdad sigue estando ahí fuera, no en las portadas. Los titulares parecían confirmar que había desaparecido la presión añadida de los desahucios en familias ya desahuciadas por la crisis y la vida. Al leer esas noticias destacadas en negrita parecía que ya los códigos de buenas prácticas bancarias, el acuerdo entre el Gobierno popular y el exGobierno socialista, el decreto del Gobierno, las protestas de colectivos sociales y las denuncias públicas de próceres como los jueces, o ahora de nuevo el Defensor del Pueblo andaluz, habían impedido, al menos por unos años, la incautación de inmuebles a precios desorbitados por parte de las entidades bancarias que los financiaron con desorbitada irresponsabilidad. Pero esas vidas pequeñas, ocultas detrás de puertas a punto de ser descerrajadas, no tienen el brillo de estrella fugaz de las noticias. Sólo salen en la tele cuando rellenan el contenido de programas que buscan la facturación publicitaria con la sordidez barata que reflejan. Hasta que alguna se arroja por la ventana.

He desviado la mirada de la pantalla del ordenador apenas unos segundos para cambiar la música, y al volver a mirarla incendia la retina el brillo luctuoso de una de esas noticias que sirven como ejemplo de lo dicho. «Dieciocho niños y nueve adultos muertos en un tiroteo en EEUU». Así titulaba el periódico en su edición digital de ayer, alrededor de las nueve de la noche, destacado en portada. Hoy podemos leer ya la impactante noticia completa. Ha ocurrido en un colegio del estado de Connecticut. Una de las frases de una niña de nueve años a un diario local explica el horror mejor que cualquiera de los cadáveres fotografiados: «La policía nos dijo que nos abrazáramos unos a otros, nos cogiéramos de la mano y cerráramos los ojos. Sólo los abrimos al salir del colegio»€

Quizá al leerla he comprendido el valor del abrazo, de la solidaridad y el afecto de los demás cuando más se necesita. He recordado como un chispazo el generoso abrazo que me dio sin esperarlo Antonio Meléndez, el ángel malagueño de la noche que anda empeñado junto a tantos voluntarios en que personas que no viven en un mundo maravilloso disfruten de un menú de Navidad. Antonio, ya jubilado, fue durante 37 años policía nacional, y la cercanía con el lado menos favorecido de la existencia no hizo sino agrandarle aún más el corazón. Comprar un pollo o medio en alguna de las 20 pollerías colaboradoras, repartidas por los barrios malagueños, y decir que es para el menú de Navidad de los Ángeles de la noche, lo hará posible. Como noticia es poca cosa. Como gesto ciudadano y solidario es la hostia€

Porque hoy es sábado.