Los historiadores sesudos y los efímeros cronistas de la actualidad le exigen a un país de millones de habitantes la coherencia que no muestra un individuo en su biografía. Los partidos se contagian de la voluntad homogeneizadora cuando acceden al poder, y pretenden una adaptación masiva a sus postulados. El PP protagoniza el último ejemplo de esta aberración óptica. Su victoria es tan legítima como inevitable, pero peca de ingenuidad cuando se sorprende de que su mayoría absolutista en el Parlamento no conlleve un cambio en la adscripción ideológica de los ciudadanos. La situación empeora cuando ministros como Wert o Gallardón quieren forzar la reorientación a martillazos.

Por mucho que le duela, Rajoy gobierna un país de izquierdas, que se desentendió de Zapatero en cuanto traicionó los postulados socialdemócratas. El Rey siempre ha sido consciente del dictamen de los oráculos sobre esta imperfección progresista de sus súbditos y, ante la dificultad de corregirla, se ha adaptado sabiamente a ella. Los datos que abonan la tesis izquierdista se repiten en cada barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas. En la tradicional escala de uno a diez, los encuestados que asumen posturas de izquierdas triplican a los ciudadanos de derechas en el conjunto de España. En comunidades como Cataluña, la proporción llega a ser de cuatro a uno.

La tendencia se afianza al observar la preponderancia de advocaciones como «socialista», «socialdemócrata» o «progresista» en los sondeos del CIS, por encima de las etiquetas conservadoras. Los españoles presumen de ser de izquierdas, en el doble sentido de que no ocultan sus querencias ideológicas pero también con el aditamento equívoco de la presunción de una autodefinición que puede ser puesta en entredicho, al igual que cualquier otra faceta de la encuesta. Por ejemplo, el porcentaje de quienes «recuerdan» haber votado en las últimas elecciones siempre supera ampliamente a la participación en los comicios citados.

Rajoy y su círculo íntimo no eran ajenos a la herencia ideológica recibida. Wert asesoraba al líder del PP sobre los vaivenes demoscópicos, cuando participó en 2010 en un ágape de la fundación aznarista Faes. Allí constató con desolación la cohesión social en torno a la sanidad y educación públicas, aunque ya apuntaba maneras al detectar que «porcentajes significativos, aunque claramente minoritarios, se muestran abiertos a que la educación sea gestionada privadamente». Tampoco podía ser ajeno a los sondeos un Gallardón que cae del caballo como Saulo pero, en lugar de ver la luz, sufre lesiones que lo dejan irreconocible.

El izquierdismo autoproclamado de los españoles llega al extremo de que no siguen a los líderes progresistas cuando se sienten traicionados por ellos. Al PSOE de Rodrigo Rato -no es un error- también le convendría un censo más desplazado hacia la derecha. La voluntad imperativa del PP deriva de su concepto patrimonial del poder, que le impulsa a creer que puede programar a la población. En realidad, la capacidad de cambio desde el Gobierno es menor de lo que desearían sus titulares. La capacidad de influencia de los poderosos de toda laya surge tamizada, en una sociedad con sobredosis de fogonazos. La pregunta «¿qué sucedería si Messi declarara que quiere jugar en una Cataluña independiente, o vinculada a España?» tiene una respuesta menos fulgurante que su protagonista, «poca cosa».

Los presidentes conservadores de Francia han sido tan avispados como el Rey de España, a la hora de sortear las contradicciones de un gobierno de derechas en un país de izquierdas. Washington concluyó que todos los residentes del Elíseo son socialistas, con independencia de su formación política originaria. Frente a la sutileza gala, el Gobierno de Rajoy ha privilegiado las embestidas de torito bravo Wert. El ministro ha optado por la peligrosa máscara que eligió en el citado festejo de Faes, donde denunciaba la «deriva democrática equivocada que ha erosionado las bases del sistema educativo».

Cuando el titular de Educación en el ejecutivo de Rajoy clamaba contra el «concepto abusivo e invasivo de la comunidad escolar» por entrada de «padres, alumnos o no docentes», estaba avanzando el pundonoroso empeño del PP por efectuar una transformación radical de la sociedad. Una vez más, los accionistas de la empresa le están demostrando que el voto es una cesión sólo temporal de la soberanía.