Nuestra vida es una ilusión construida por el poder. Nos lo dijo en sus novelas Philip K. Dick, el escritor que nació un día como hoy de 1928, pero pensamos que esa sociedad programada y decadente, en la que los humanos vivían vigilados y convertidos en robots, era tan sólo una ficción literaria. El producto de la imaginación enfermiza de un tipo que se había preguntado si sueñan los androides con ovejas eléctricas. Ahora, cuando nos asomamos por las ventanas de la noche a las calles y vemos sobre el asfalto de la barriada de Los Corazones otro nuevo cadáver suicida, el de una malagueña que no soportó un desahucio inminente, nos hemos dado cuenta de que sí, que nuestra vida es una ilusión construida por el poder. También Rajoy lo sabe. Al fin y al cabo es, como todos los políticos, un maestro ilusionista. Por eso, el pasado viernes dijo que se ven mejoras en el horizonte, que estaba muy contento de la última reunión de estados de Bruselas. Lo afirmó, a pesar de que la deuda pública acaba de alcanzar el 77, 4% del PIB; del aumento del paro; de la nueva recesión que empinará enero; de haber convertido las enfermedades y todo lo público en una caja registradora. Los ciudadanos hemos perdido la última libertad que nos quedaba: el acceso igualitario a la justicia, cuyos ojos ahora, en lugar de tener una venda blanca, están ciegos bajo un billete de cien euros. Y mientras a las personas honradas nos convierten en números rojos, en ceros a la izquierda de la derecha que gobierna a rodillo, el psoe saca pecho, en medio de las batallas taifales con las que oculta sus corrupciones, errores y escasez de criterio, porque una encuesta señala que, en Andalucía, aventaja al PP en 8,5 puntos.

Nuestra vida es una ilusión construida por el poder. Lo saben incluso los sindicatos que andan aplicando la reforma laboral al despedir a los suyos, como ha hecho Comisiones Obreras en Andalucía. Y sobre todo esa clase alta y empresarial, votante dominical del partido popular y de CIU, que llora públicamente la falta de dinero y en privado abre cuentas en Suiza. La ética sólo existe en el diccionario. Aquí fuera, en este tiempo desarticulado, lo que prima es el saqueo de guante blanco. La privatización del futuro. El acoso de los partidos que ostentan el poder contra quienes no se dejan politizar o transformar en conejos blancos, otra forma de ser un robot del siglo XXI. Un informe de Intermon y otras oenegés afirma que España tendrá en 2022 dieciocho millones de personas excluidas socialmente y que el país tardará veinte años en recuperar el estado de bienestar. De lo primero no me cabe ninguna duda. Lo segundo, suena a esperanza quimérica. Una vez aceptadas las reglas de mercado y de vida no habrá lugar para la restauración de ese estado de ficción. Esta es la verdadera realidad erosionada, en la que cada cual sobrevive como puede. Me lo certifica una amiga, empleada de Hacienda, al contarme que cada vez acuden menos a las manifestaciones de los lunes, que los que acuden empiezan a estar señalados. No es extraño. Los griegos han hecho más de diez y no les ha servido de nada. También lo predijo Philip K. Dick, aunque lo enunciase al revés, las ovejas eléctricas -que es lo que somos- sueñan con androides -que es en lo que nos están transformando-.

Nuestra vida es una ilusión construida por el poder. Los periodistas siempre lo hemos tenido claro. Por eso mismo se han cerrado ciento noventa y siete medios, hay 27.443 periodistas en paro y los que quedamos hacemos equilibrismo entre el aire, el alambre y el punto de mira de los políticos. Va a llegar un momento en que sólo queden medios de comunicación que ejercerán como catequesis de adoctrinamiento frente a algunas voces piratas en la red y a publicaciones impresas en aquellas viejas vietnamitas clandestinas del franquismo. Cada día, al dedicarle una mirada a la oscuridad que nos rodea, tengo más claro que tiene que suceder algo gordo que nos devuelva la dignidad, la esperanza, la ilusión. Sucederá porque algo fuera de nuestra alcance lo provoque o porque nosotros lo hagamos en defensa de la vida por la que tanto hemos luchado, por el futuro de los hijos condenados -de momento- a sobrevivir entre violencia, privaciones y el mundo contra reloj.

Nuestra vida es una ilusión construida por el poder. No nos queda más remedio que inventar otra que sea más real, justa y equitativa. Podríamos empezar por limpiar la política para devolverle su raíz democrática y su función social. Es hora de no callarse, de decir la verdad que se oculta bajo la demagogia, la propaganda y la dudosa ética de los fines de nuestros políticos berlanguianos. Tan azul clásico ejecutivo, sin conocimientos sólidos, desprestigiando a los que sí los tienen y politizando para peor todo lo que tocan. También de los jefes tóxicos y de los que sacan renta de los simulacros. Aunque sea la penúltima verdad que nos dejen desvelar. Si seguimos teniendo miedo de su posición y de sus métodos, nunca seremos auténticos ciudadanos libres. Y como no existen otros planetas morales, recuperemos, en este, nuestra condición de personas. Debemos exigir que dejen de tratarnos como cifras en un balance excel, números primos, carne de cañón a precio de saldo. Tenemos que recuperar valores e ideales para volver a ser personas, antes que gente o masa, para ayudar a otras, para respetarnos a nosotros mismos, para pelear y edificar una sociedad comprometida, emprendedora, más humana.

Nuestra vida es una ilusión construida por el poder. Y así seguirá siendo hasta que no consigamos que un día, ante un desahucio, una injusticia, un abuso, no escuchemos lo que hace muchos años escribió Philip K. Dick: fluyan mis lágrimas, dijo el policía.

Guillermo Busutil es escritor y periodista

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