Si están leyendo esto, es que todo ha ido bien. O mal, según se mire. Habrán vivido ustedes los últimos días con cierto intríngulis por el revuelo que hemos creado desde los medios de comunicación por la llegada del día de ayer, 21 de diciembre de 2012. La fecha señalada como el fin de los días anunciado por la civilización maya. «El apocalipsis va a llegar€», parafraseando al peculiar y minúsculo en tamaño literato Fernando Arrabal, habrá ironizado alguno. «Fin del mundo ni fin del mundo, que tengo entradas para el Málaga-Real Madrid de esta noche, ompae», habrá dicho algún otro. Pues bien, al final, ni apocalipsis ni gaitas. Se lo digo yo, que ayer estuve en la calle hasta tarde y, a ver, cosas raras vi, pero ni cataclismos, ni regresos divinos, ni nada de nada.

Y ahora, ¿quién da la cara? ¿Se depurarán responsabilidades en la cúpula divina maya? ¿Quién explica este flagrante incumplimiento del programa? Y Bolon Yokte, ¿dónde anda? ¿No comparece ante los medios para envainársela y decir «miren ustedes, que no, que en principio era la idea, pero que las circunstancias actuales, y la herencia dejada por la civilización anterior, nos han obligado a cancelar el fin del mundo»? Indignante.

Bolon Yokte, para los no iniciados, es esa deidad maya que, en teoría, debía de regresar a la tierra ayer, 21 de diciembre de 2012, según las profecías grabadas en tablas milenarias en las que se plasmaba la creencia de esta civilización de que el tiempo era cíclico y que apuntaban este tan señalado día, como el del regreso del amigo Yokte. No sé a ustedes, pero a mí no me ha llamado. Ni siquiera ha twiteado y creo que conozco el porqué. Bolon se ha rajado.

El dios maya, echando un vistazo hacia abajo mientras se ajustaba el nudo de la corbata antes de bajar y arrasar con todo, habrá flipado en colores. Buscando a los suyos dónde los dejó, habrá visto un continente envuelto en guerrillas, desigualdades y gobiernos bananeros que lo habrán dejado ojiplático perdido; mirando algo más al norte habrá visto a la democracia más avanzada del planeta llorando, camino de la tienda de armas, porque hace una semana un chalado no tenía otra cosa que hacer que mangarle las pistolas a su madre (tres, nada menos) y liarse a tiros con unos escolares en un pueblecito de Connecticut. Sorprendido, el dios Bolon habrá mirado en el continente africano, habrá ojeado una franja que hay allá por el Oriente Próximo y ya, totalmente convencido, se habrá aflojado la corbata al mirar a nuestra España y suspirar «no hace falta que baje, esto es cuestión de tiempo».