Dos eurócratas están de los nervios. El ya operativo «lobby» meridional, la descalificación por Hollande de las recetas de la Comisión, los errores reconocidos por el FMI en la salvajada griega y el criterio casi generalizado de que el austericidio ha sido una colosal metedura de pata van mucho más allá del temblor coyuntural y cuestionan seriamente el futuro de la Unión. Si a Barroso y compañía dejan de hacerles caso los gobiernos nacionales y salen a la luz nuevas equivocaciones de los oráculos anticrisis -que saldrán- la vieja eurozona acabará convertida en un puñado de países satelizados por Alemania (hasta que el peso de sus problemas arrastre a los mismos alemanes). «Esta Europa ya no sirve», es lo que se oye y se lee a ritmo creciente en algunos de los estados miembros. Melenchon, el líder comunista francés que tanto subió en las pasadas elecciones, dice que ya no ha lugar a reformas: hay que refundar Europa.

A salvo de lo que ocurra en la muy esperada «cumbre de junio», el panorama de crítica y escepticismo no augura días felices para la idea europea, que serán aún peores si, por la demora que impone Berlín hasta pasadas sus elecciones, no salen de esa cita las uniones fiscal y bancaria como proyecto inmediato.

Refundar Europa no es invocación oportunista, sino el objetivo que no admite demora. La crisis es demasiado disgregadora y pone de manifiesto, casi a diario, las precarias garantías de la unidad. Las políticas dictadas a los países con problemas denotan la insolidaridad del «sálvese el que pueda» en las condiciones espartanas que percuten por doquier la hipótesis del estallido social. Ahora que esas políticas delatan desvarío, llegan los halagos donde tan solo había exigencia, rescates a precio de hambre, «hombres de negro» y toda la panoplia del absolutismo económico. Pero es tarde. A fuerza de dureza, el aguante de los ciudadanos inflexiona hacia el rechazo. Los ridículos sabios de los muchos organismos que viven de lujo a base de «analizar» sin soluciones viables los problemas de los demás, pueden tener los días contados. Todavía con sordina, se oye el histerismo de los eurócratas (o de sus compinches del FMI, la OCDE y afines) ante un horizonte de liquidación. Pronto será un clamor.

La reserva federal USA ha imprimido billetes por miles de millones, en el polo opuesto de la política monetaria europea. Fabricando dinero incrementa la demanda, fomenta el «efecto riqueza» y reduce el paro hasta hacer que la gente se sienta esperanzada y más segura. La reactivación compensará los riesgos inflacionarios. Japón toma nota y se aplica a la tarea duplicando la receta americana. Por el «reflejo Weimar», que atañe a un solo país, Europa está en la dirección contraria y ha llegado al punto de frenar y dar marcha atrás. Recemos porque no sea demasiado tarde y porque todas las víctimas sean compensadas.