No creo en el sistema. Estoy convencido de que esta democracia ha sido sustituida por una partitocracia que cierra las puertas a los que quieren participar en la vida pública y que sólo los cachorros de los partidos políticos, con mucha lealtad y demagogia y escasa preparación, llegan a puestos de mando cuando rondan la treintena. Lo mismo se puede decir de los de arriba, de las élites extractivas de este país nuestro, sobre todo si uno repasa la composición de los consejos de ministros de las últimas legislaturas: algunos de los que tenían el honor de ocupar un sillón junto al presidente del Gobierno ni siquiera habían ejercido en la empresa privada, donde, pese a la depauperación moral de este país y a la postración de su masa crítica, sí que hay cierta competencia si se extrae la cuota de enchufismo que cada sociedad mercantil soporta en esta nación de pandereta.

En cuanto a Andalucía, la comunidad sigue siendo un remedo posmoderno de lo que fue, una región arrodillada ante los señoritos, asaeteada por el paro y la falta de horizontes, y en la que, pese a que el hambre y el analfabetismo ocupan hoy parcelas minoritarias, el futuro murió en San Telmo y fue enterrado entre subvenciones a organizaciones, sindicatos o empresas que, tras prometer y prometer mantener los puestos de trabajo, daban la espantada por respuesta. Hoy, nuestros señoritos son los parlamentarios y los delegados provinciales; por ellos no pasa la crisis; ni para los diputados nacionales, a los que se les subvenciona hasta el cubata mientras que el viernes, en esta Málaga grisácea que sólo reconozco ya por el sol y su alegría patológica, numerosos estudiantes de un módulo de una ONG cristiana lloraban porque se habían acabado sus ayudas por asistir a las clases después de que el maná europeo haya empezado a menguar. Hablamos de subvenciones mensuales de 150, 200 o 300 euros y de vecinos de barrios populares o marginales que buscan una salida en sectores en los que nunca trabajarán nuestros jóvenes, los que se van Alemania.

Les decía todo esto porque pese al andamiaje institucional atrofiado y artrítico, a los trincones parapetados en los consejos de administración de las entidades financieras, a Báñez y Montoro, pese a Rubalcaba y a Zapatero, al Rey y a su familia, hay personas que siguen soportando el peso de un sistema en el que ya no cree nadie: la juez Alaya en Andalucía, el juez Castro en Mallorca, y Pablo Ruz en Madrid; tres jueces solos, en sus juzgado, que han decidido combatir la indecencia con la sola compañía de una toga. Ojalá tengan suerte. Nos va la democracia en ello.

@SauMartin