La existencia de una partida de dinero público dedicada a las becas de estudio implica la aceptación silenciosa de que el mundo está mal. De que el mundo, en su base, es injusto, y tan injusto que es preciso introducir en él factores de corrección. La igualdad de oportunidades frente al acceso a la cultura es uno de ellos, quizá el más importante. A ti, a lo mejor, te ha tocado nacer en una familia sin recursos económicos, en una familia de pobres. No puedes ni soñar en formarte para acceder a los privilegios que ves en otras clases. Lo más probable es que tengas que ponerte a trabajar a la edad reglamentaria, si no antes, para llevar algo de dinero a casa. Estás condenado a ser lo que fueron tus padres y a que tus hijos sean lo que tú.

Pero entonces llega el invento de las becas y, mira por dónde, con más o menos dificultades, puedes ir a la universidad, estudiar aquello que te gusta y para lo que estás capacitado y escapar al destino que la sociedad había previsto para ti. La igualdad de oportunidades nunca es completa, desde luego. Es posible que, pese a la beca, tengas que combinar los estudios con algún trabajo que te permita ayudar en casa. Es posible también que no goces de las mejores condiciones objetivas para el estudio. Quizá compartes la habitación con otros cuatro hermanos o vives en un medio en el que a la cultura no se le da el valor de llave que abre puertas para cambiar de dimensión.

No importa. Pese a todo, la beca sigue siendo el único medio que te coloca a ti y al hijo de una persona acomodada en cierta situación de igualdad. No arregla, en fin, todas las injusticias de la organización política que nos hemos dado, pero introduce un factor de corrección interesante. Quiere decirse que cuando un Gobierno reduce las becas, o pone grandes dificultades para acceder a ellas, justo al mismo tiempo que aumenta las tasas universitarias, lo que está diciendo por debajo es que las cosas están bien como están. Que la realidad no puede perfeccionarse más y que los pobres deben resignarse a mantenerse en esa situación por los siglos de los siglos. Lo malo de la Ley Wert no es lo que se ve, sino lo que no se ve. Y lo que no se ve es el convencimiento de que hay que dejar las cosas como están.