Los estudiantes de trabajo social

Son 4 años de lucha y aprendizaje hacia una reflexión social constante, hacia unos conocimientos de psicología, política, sociología, economía…

Se les exige el reciclaje de conocimientos (antes y después de la formación).

Se les transfiere la habilidad constante de comunicación y empatía, pero no sólo hacia los usuarios, sino también hacia la realidad y la comunidad que les rodea.

Aprenden a tratar con personas reales (no detrás de una cámara o de una práctica de role play) antes de comenzar segundo año de carrera.

Se les empuja a la realización de trabajos y proyectos cuya finalidad sea la intervención, la orientación, el diagnóstico, la prevención y el empoderamiento.

Se les fomenta, para que obtengan la máxima habilidad hacia la técnica de la escucha activa, la entrevista, la observación, presentación ante el público e historia de vida.

Se les adentra en el mundo de la diversidad en todos sus aspectos.

Se les empuja a estar al día de la actualidad más enfurecida, de los movimientos más activos, de las reformas más restrictivas, de los recovecos legales más inexplorados, de la acción participativa, de las iniciativas en todos los planos (micro y macro), de las nuevas metodologías, paradigmas y planes de innovación, para ser lo que les han enseñado a ser: «verdaderos agentes de cambio»

Y, aun así, no se sabe que existen. Es una disciplina fantasma, con muchas cadenas por detrás y demasiados orígenes olvidados. No se tiene conocimiento de quien está detrás de la creación de los servicios sociales y el plan concertado de prestaciones públicas, de la lucha constante de una mayor igualdad social, de las conquistas constitucionales de los derechos sociales, de los intentos de paralizaciones de las constantes reformas (que quitan derechos y financiación).

No se dan cuenta de que hemos sido, somos y seremos una gran ala reivindicativa que la sociedad, sin saberlo, siempre ha tenido.

Y, ¿sabéis que?

Todos esos estudiantes de Trabajo Social con un mundo de orgullo, proyectos y expectativas en la mochila tienen que conformarse con que su día a día consista en la lucha por la visibilidad de su disciplina y su necesaria supervivencia, en la explicación constante de aquello en lo que han dedicado y dedicarán tanto tiempo.

Si conoce a alguno de estos estudiantes que diariamente se dirigen a su facultad, pregúntenle por el motivo de su entrada en ella y la opinión que le merece. Quizás alguno le responda con un: «me metí porque era fácil», pero la mayoría le explicarán abiertamente: «quería que mi disciplina no se relacionase con la burocracia más estricta, con el administrativo puro y la voz ahogada en un mar de papeleos detrás de un ordenador, quería que esa voz fuese más cercana a las personas y sus necesidades, que esa voz fuese una voz social y que nunca olvidase los principios por la que fue creada»

Y no debemos perder de vista que esa voz, aunque muchas veces olvidada bajo conceptos erróneos o ambiguos, es la verdadera voz de un trabajador social.

Irene Pozo DíazMálaga