Nuestra sociedad arrastra una lacra cultural que heredamos de madres/padres a hijas/hijos, una sociedad que, a pesar de los grandes esfuerzos realizados por la igualdad desde todos los ámbitos, continúa manteniendo una actitud machista que alimentamos con pensamientos y acciones en el seno de la familia, en las relaciones laborales o en el comportamiento social que retroalimentan inconscientemente ese poder tácito que otorgamos al sexo masculino.

Si prestamos atención a algo tan cotidiano como el lenguaje, encontraremos expresiones que en masculino tienen connotación positiva, en tanto que su género femenino ofrece un sentido negativo. Si hablamos sobre el ámbito laboral, las diferencias son de todos conocidas, las tasas de mujeres en puestos de responsabilidad siguen en los niveles más bajos de los países de nuestro entorno, y si atendemos a la retribución salarial, entre mujeres y hombres con idénticos puestos de trabajo, ellas son retribuidas un 17 por ciento menos, según las recientes encuestas publicadas.

Son los propios medios de comunicación social, que tanto inciden en la vida cotidiana de las familias, los que ofrecen continuamente un papel discriminatorio de la mujer, proyectando imágenes sexistas o estereotipos en tareas domésticas, contribuyendo así a la permanencia de esos clichés del pasado.

Pero€ ¿son suficientes todas las actuaciones de concienciación, sensibilización y educación que desde el ámbito institucional, social y mediático se están llevando a cabo? No podemos negar que se han hecho grandes avances en la atención a las víctimas, en el ámbito judicial o en el seguimiento familiar, pero os invito a esta reflexión: ¿No son acaso los propios maltratadores víctimas de la educación recibida en la ignorancia de sus hogares y sociedad?

La violencia de género debe ser abordada con valentía desde todas sus caras y el propio maltratador, marido o padre, hombre en definitiva, es en sí un ámbito de actuación. Hoy sólo tienen un rol de culpabilidad y exclusión social, quizá sea el momento de dar un paso más y empezar a considerar su reeducación y reintegración a la vida familiar y social como otra forma de lucha contra las desigualdades y amenazas que sigue afrontando la mujer del siglo XXI.

El papel del menor es otra cuestión importante. En las sentencias judiciales se le adjudica al padre maltratador un régimen de visitas, por ello es de gran necesidad actuar en una parentalidad positiva en los padres antes de interactuar con sus hijas e hijos con el fin de evitar la doble victimización de los menores maltratados.

La violencia de género es un problema de tod@s. Como sociedad somos responsables de este fenómeno y nos corresponde luchar desde nuestro entorno más próximo a las instancias más altas, desaprender y aprender renovando nuestras creencias. Tanto hombres como mujeres debemos unir fuerzas contra esta lacra social desde lo más profundo del seno familiar, desde lo más profundo de nuestro ser, tomando conciencia plena de cada uno de nosotros y adoptando una actitud dispuesta al cambio.

*Fátima Ruiz es técnica de la Asociación Arrabal-AID. Igualdad de Género