El tratamiento de las noticias dependiendo del medio no es algo que a estas alturas sorprenda. Por el contrario, el sesgo informativo no ha hecho más que crecer si nos atenemos a las pautas de consumo establecidas en internet en sus diferentes formatos y la capacidad de influir de las audiencias en los contenidos. El sesgo existe y, sin embargo, no se produce por la voluntad de los reporteros de promover sus creencias o la capacidad de los políticos para manipular a los medios de comunicación. Tampoco, en contra de lo que se pudiera pensar, está fundamentado en las ideas preconcebidas de los editores. Digamos que impera un nuevo modelo.

Los profesores Matthew Gentzkow y Jesse M. Shapiro, de la Universidad de Chicago, explicaron hace algunos años en uno de los análisis más renovadores y relevantes sobre el sesgo mediático, publicado por Journal of Political Economy, que este tipo de tratamiento anómalo de la información se debe a un impulso razonable y aparentemente contradictorio: el deseo por parte de las cabeceras de mantener una reputación como proveedoras de información precisa.

Según Gentzkow y Shapiro, la tendencia más generalizada del modelo se encuentra en los medios reacios a denunciar o a publicar cualquier cosa que contradiga las creencias más extendidas, curiosamente no sólo las de sus lectores sino las de los que picotean alrededor en las redes sociales, etcétera, etcétera. Distorsionar la información para hacerla asequible a las creencias previas de quienes la consumen se ha convertido a lo largo de los últimos años en un incentivo para ciertos medios, que miden su credibilidad en recalcar todo aquello que sus seguidores opinan y sostienen contra viento y marea.

El periodismo nos explica, sin embargo, que los medios de comunicación no pueden ni deben satisfacer a su público con sólo informar sobre lo que éste quiere leer o escuchar. Los hechos no siempre resultan cómodos. Si las fuentes alternativas prueban la distorsión en las noticias, quienes han incurrido en el sesgo se arriesgarán a una pérdida de reputación y puede que de sus ganancias. De ahí la contradicción que antes citaba. La reputación que se persigue a trancas y barrancas puede acabar con el prestigio de cualquiera.

Gentzkow y Shapiro predecían en su ensayo sobre el tratamiento de las noticias un mayor sesgo en la publicación de historias más complicadas de testar como son las de ámbito internacional y en concreto las que atañen a las guerras. La menor incidencia, como es natural y no se trata de bromear, se produce donde los hechos son fácilmente contrastables: los resultados y puntuaciones de los deportes, y la meteorología. En todos estos años no habido nadie que acusara al New York Times y a Fox News Channel de inclinar sus informes del tiempo. Ni a El País o a ABC, si quieren un ejemplo a mano.

La competencia rigurosa es, para los profesores de la Universidad de Chicago, la mejor manera de combatir este modelo de sesgo auspiciado por las creencias generalizadas y el tipo de demanda que hace temer a los medios por su reputación frente a los hechos. Aunque en algunos casos esa competencia sólo ha servido para estimular diferentes y probadas inclinaciones repartiendo café para todos. El desaparecido Gaston Deferre, antiguo alcalde de Marsella y exministro en la etapa Miterrand, era propietario de dos diarios marselleses: Le Provençal, de marcada tendencia socialista, y del derechista Le Méridional. Ambos eran de un mismo dueño y competían alimentado las creencias de su clientela con noticias a la carta.

La información tendenciosa, en ocasiones propagandística, de Al Jazeera, perjudicial para los intereses americanos, apuntalaba la tesis de Gentzkow y Shapiro. El mejor método para combatirla no era, a juicio de ellos, con demandas o intentando cerrar sus oficinas, sino estimulando la competencia en los medios de comunicación de Oriente Medio. Pero el ejemplo del canal qatarí no serviría para otros lugares que no sufren ese tipo de monopolio. Para comprobarlo sólo hace falta observar la disputa diaria de nuestras cabeceras nacionales por reafirmarse en la cosmovisión. Las de papel y, con mayor ahínco todavía, las digitales. La campaña electoral ha sido un momento ideal para detenerse en ello.

Los autores de la teoría del nuevo modelo de sesgo tendrían, por otra parte, la oportunidad de profundizar en una tesis corregida y aumentada de proponerse analizar la demanda del consumo de la banalidad que reclaman las audiencias de internet. Algo que se desconoce hasta qué punto están dispuestas a combatir las firmas de prestigio. El tiempo, de forma más o menos sesgada, lo irá desvelando.