Grecia es uno de los pilares de la cultura occidental y también la puerta hacia Oriente. Grecia, y también Turquía, son, en mi opinión, dos piezas muy importantes en el puzle europeo para entender lo que se respira en los Balcanes, no perder definitivamente el vínculo con Rusia y facilitar el encaje de las diferentes religiones.

No soy geoestratega, pero siempre me enseñaron que es muy importante tener buenos amigos allí a donde vayas. Griegos siempre he tenido unos cuantos. También sabemos que debemos muchas palabras del castellano a los griegos. Democracia, tragedia, catástrofe, economía o escepticismo son algunos ejemplos.Pero no sabíamos que los griegos eran maestros jugando al mus y en ponernos a todos la carne de gallina.

Paradójicamente (otra palabra de origen greco-latino) hoy todo el mundo, y nadie, quiere parecerse a Grecia. Me explico. Si yo fuese griego y me pidiesen pagar la factura de una crisis que yo no provoqué, creo que seguramente contestaría que no. Me lo decían hace algunas semanas en Francia: «Los franceses veíamos que ustedes los españoles vivían antes de la crisis por encima de sus posibilidades». Yo rápidamente respondí: «A mí no me miren. Yo eso no lo hice. Yo, crié a mis tres hijos y pagué religiosamente mi hipoteca al 4,75% fijo, es decir, bastante cara. Y además también pagué solidariamente mis impuestos».

Por esa misma razón me gustaría hoy ser griego, y que los presidentes de mi país me hubiesen preguntado, en lugar de cambiar cobardemente y a la chita callando la Constitución, para asegurar el pago de una deuda que no era mía. ¡Tsipras, chapeau!, supiste jugar esta partida de mus. Envidaste a la grande, pasaste a la chica, todos sabíamos que era mentira que no llevabas pares y les echaste un órdago al juego. Inesperadamente. Todos pensaban que llevabas 31, y tú, y tu amigo Varufakis, sabíais que no llevabais buen juego y que la partida estaba trucada. Por el momento parece que habéis ganado, porque no teníais nada que perder, porque estabais desahuciados y sabíais que es mejor marcharse por la puerta grande en lugar de por la puerta falsa. Y ésa es la razón por la que a nadie le apetecía ser griego este domingo pasado, un día cercano al de la Independencia, de los Estados Unidos de América, en este caso.

Sabía Tsipras que la partida había que jugarla, porque aunque coincido con la troika en que es importante pagar lo que se debe, también habría que saber: ¿quiénes fueron los deudores?, ¿adónde se fue ese dinero?, ¿para qué fue la deuda destinada? y, sobre todo, ¿quiénes fueron los prestatarios?, ¿cómo es posible prestar y prestar dinero a alguien que se dice insolvente? La respuesta es sencilla y Tsipras la sabía: los deudores fueron las dos grandes familias griegas de oligarcas, la socialdemócrata (o socialista) y los conservadores, que durante muchos años mintieron como respiraban. Los que prestaban y miraban para otro lado fueron los bancos alemanes y franceses, a los que durante un tiempo les sobraba el dinero y lo repartían por doquier, a gobiernos como el griego o el español para que hiciesen milagros de los panes y de los peces y, sobre todo, comprasen máquinas, coches, tecnología, francesa y alemana. Y el PIB subía, y todo iba viento en popa, y nadie pedía cuentas. ¿Para qué?

Pero un día, a esos mismos prestatarios y a los políticos que los defienden se les puso la carne de gallina cuando Tsipras, acorralado, preguntó a los que no estuvieron en el guateque, ni en la orgía, si deseaban compartir la factura. Eso en inglés se dice «to go Dutch». Privatizar la riqueza y socializar la miseria no es capitalismo. El capitalismo se basa en el concepto de riesgo, el que asumieron algunos bancos europeos en su día con los oligarcas griegos.

La solución es que cada cual reconozca sus culpas, y que en cada país se busque a los responsables, asuman las consecuencias y devuelvan lo robado. Porque el dinero, que yo sepa, sigue el principio de conservación de la materia y no existen gusanos que se coman los billetes. ¡Y que no nos engañen, como en su día hicieron con la guerra del bonito!: los oligarcas son oligarcas, y el pueblo, pueblo. En mi opinión, los griegos con su «sofía» han dado una lección al resto de los europeos. Nos han demostrado que no sólo es importante el cuánto, sino el qué, el cuándo y, sobre todo, el cómo. Y la última escena (por ahora) de esta gran tragicomedia greca termina con el calvo Varufakis, gran corredor de maratón, quitándose de en medio (¡a lo Kojak!), levantando la cabeza y diciendo: «Das ist mir egal. Aber ich bin, wird ein anderer sein! (me da igual, sino soy yo, será otro)». Y en el fondo se ve a toda una trainera de ‘grecos’ remando todos en la misma dirección: «OXI, OXI, OXI…». Y se vislumbra la tenue luz de esa diáspora greca, ultrapreparada, que no es de Syriza, ni es de nada, pero que sueña con el Tzatziki, con el Taramasalata y también con la Moussaka. Y que está esperando la ocasión para barrer la hojarasca, con Kärcher, que para eso sirve la tecnología, alemana. ¡Bravo, bravísimo!

Nos pondría la carne de gallina (gran película) si trazásemos la ruta de cómo se nos esfuma la riqueza. Sería un buen argumento para un enredo griego. ¿Quién se anima? Últimamente en la factoría Disney están muy interesados por los mitos de la vieja Europa. Los griegos, en cualquier caso, han vencido al mito del miedo. Era de esperar cuando uno contempla cómo bailan el sirtaki y cómo terminan rompiendo los platos: sin ningún reparo.