Según una de esas teorías de anticipación que tanto circulan, los vecinos del mundo se extrañarán, dentro de 50 años, de todo lo que hemos viajado. internet, que es otra forma de viajar como en su día lo fue la literatura de aventuras, hará que los desplazamientos sean cada vez menos. En realidad viajamos demasiado por supuesto placer, la mayoría de las veces como simples maletas. Pero no menos cierto es que uno empieza a darse cuenta de ello cuando cree que ha viajado lo suficiente y que moverse constantemente de un lugar a otro, además de resultar incómodo, está sobrevalorado.

En ciertas condiciones de saturación de pasajeros se ha vuelto demasiado engorroso coger un avión, y las carreteras no siempre ofrecen espacios abiertos y reconciliadores con la vida para desplazarse de un lugar a otro. Un amigo dice que hay que leer más y viajar menos, y probablemente tenga razón. Sin salir tanto de casa hay otras formas de saciar la curiosidad y las ganas de consumir.

El viaje parte, además, de una predisposición del ánimo. Así lo veían quienes se embarcaban en los grandes tours de los siglos pasados. Horacio decía que los que atraviesan los mares cambian de cielo pero no de espíritu. Madame de Staël, aquella escritora suiza «groupie» de los filósofos franceses del siglo XVIII y de Napoleón Bonaparte, mantenía que viajar es uno de los placeres más tristes de la vida y que cuando nos encontramos a gusto en una ciudad extranjera es porque estamos empezando a hacer de ella nuestra patria. «Pero atravesar países desconocidos, oír hablar en lenguas que apenas comprendemos, ver rostros humanos que no guardan relación con nuestro pasado ni con nuestro futuro son muestras de soledad y de aislamiento carentes de paz y dignidad», escribió aquellan baronesa que no se imaginaba ningún otro lugar en el mundo donde pudiera encontrar todo lo que en París tenía al alcance de la mano.