Walter Bagehot fue uno de los más eminentes periodistas de la Inglaterra victoriana, además de ser un brillante economista e influyente politólogo. En 1860 se convirtió en el editor del semanario The Economist, una de las publicaciones más longevas y prestigiosas de este turbulento planeta. Desde su primer número en septiembre de 1843, The Economist proclamó que participaría cada semana «en una dura lucha entre la inteligencia que intenta avanzar y la ignorancia que bloquea su progreso». Así ha sido hasta el día de hoy.

Una de las páginas de opinión del semanario lleva el nombre de Bagehot. En su honor se turnan los más relevantes miembros del «staff» del Economist. Publican tradicionalmente verdaderas joyas del periodismo con mayúscula. Eso sí. Con una condición: los textos son totalmente anónimos, ya que el único nombre que puede figurar en la página es el del maestro Walter Bagehot, fallecido en 1877. Eran los momentos cenitales de la Gran Bretaña imperial, entonces la primera potencia del mundo.

En el Economist del pasado 18 de julio de 2015 nos decía adiós en la página 29 el que ha sido el último columnista al servicio de esta centenaria tradición. Es una página de antología. «This house is falling», «Esta casa se hunde». Sobre el augusto edificio del Parlamento Británico. Ya preparado para pasar su «nom de plume» a la próxima reencarnación del maestro Bagehot, según nos decía el autor, le preocupaba a éste el país que se puede encontrar cuando regrese a Inglaterra desde los lejanos lugares a los que pronto viajará. Le inquieta sobre todo el futuro impacto del SNP - el Partido Nacionalista Escocés - en la política británica. En una Escocia cada vez más entregada a la mística populista y a las fantasías del partido nacionalista, en la que podría ser una posibilidad la separación de sus hermanas británicas: Inglaterra, Gales e Irlanda del Norte.

Ralph Waldo Emerson, el escritor y filósofo norteamericano, pensaba que la verdadera medida de una civilización, no es el censo de su población, o el tamaño de sus ciudades, o las riquezas de éstas, sino la clase de ciudadano que una cultura determinada es capaz de producir. Como en tantos otros aspectos el Imperio Británico tuvo éxitos espectaculares en ese campo. También hubo hace siglos otro gran imperio, en el que se decía que nunca se ponía el sol. Fue el primero de los imperios globales. No pocos lo recordamos con creciente admiración y respeto como el Imperio Español.