Abordamos la cuestión griega según el esquema maniqueísta con el que nos definimos ante cualquier realidad: ¿dónde están los malos? ¿cuáles son los revolucionarios? ¿quiénes quieren cambiar las cosas y quiénes quieren dejar todo como está? Tsipras€. ¿es el bueno o el malo? Si es el malo€¡el bueno es Varoufakis! Parece, sin embargo, que hemos avanzado algo: hemos descartado la vieja política griega, la que, casualmente, es la que ha llevado al país al callejón sin salida. Como decía el Chapulín colorado: «Síganme los buenos». Y se iba siempre solo.

En España estamos esperando los acontecimientos griegos a ver si logramos extrapolar un aplauso o una condena para Podemos. Y sin embargo, si algo han dejado claro los acontecimientos griegos es que han sido la Unión Europea y sus aliados, socios y asesores del Fondo Monetario Internacional y del Banco Central Europeo los que han llevado a Grecia a este callejón sin salida. Ahora, el «derecho a decidir» se ha perdido€ Ha pasado la oportunidad, el momento, en el que Grecia pudo haber rectificado o al menos corregido parcialmente el rumbo. Eso ocurrió cuando gobernaban allí los conservadores y los socialdemócratas€ Pero entonces, la Unión Europea y sus socios y asesores, fueron ´fieles´ a esos otros socios y asesores, que eran los partidos del Sistema (los PP y PSOE griegos) y no les pusieron límites: los dejaron seguir y en ocasiones les estimularon a seguirse endeudando€

Así se consiguió llegar a este punto. Así se llegó a la hora en que Siryza gana las elecciones con una inmensa voluntad de cambio; tanta, que aún gana un no rotundo a las imposiciones de los acreedores, en el referéndum convocado por Tsipras.

Ahora Tsipras está en el lugar exacto al que lo han ido arrinconando los superpoderes europeos. Es ideal que él esté allí porque así todos -los griegos, los europeos, los que en cualquier sitio se resisten al poder del mercado- verán que dos y dos son cuatro€ que las deudas crecen, se multiplican, se achican y hasta desaparecen, según la voluntad del poder. Que se vea al mismo Tsipras retrocediendo, tambaleándose, abrumado por el peso de esa realidad imponente.

La historia del grexit -la eventual salida de Grecia del euro- es como la un ejército de desharrapados que avanza a la vera de un rio torrentoso. Cada vez que alguien ha intentado desafiar la corriente, el río se lo ha tragado. ¿Quién será el próximo? ¿Quién se atreverá? A último momento, Tsipras retrocedió.

Imaginamos lo que habrá pasado por su mente. Intentar cruzar la corriente a la desesperada, correr el riesgo de llevar al desastre a todo el pueblo griego. Tal vez su ser o no ser fue parecido al de Salvador Allende, en Chile, cuando creyó que la democracia era frágil pero capaz de resistir algunos embates de sus enemigos€.¿Se atrevería Estados Unidos a plegar todas sus banderas y dar paso a un golpismo militar brutal, capaz de asesinar a quienes perturbaran sus planes y de asesinar de un golpe a la democracia misma?

Así como Allende decidió seguir adelante, Tsipras se paralizó repentinamente. Quizás también creyó que Europa respetaría las banderas que viene agitando: con el sonoro no del referéndum, la democracia debería ser una barrera infranqueable. No lo fue. También, como en Chile, fue importante -vital- el efecto demostración: con las cuestiones de principios no se juega. Es decir, no pueden jugar los pueblos pero si los dueños del poder que son, al fin y al cabo, quienes administran los principios.

Los que quieren encontrar culpables y pegar etiquetas de buenos y malos no pueden dejar de señalar cada apellido con la marca de un estigma o con la etiqueta de un triunfador moral.

Por eso hay una visión optimista de la crisis griega: ha quedado totalmente en evidencia: que la misma idea de la democracia es absolutamente ajena a la Unión Europea y al poder de los bancos. Lo que pasa es que muchos ya lo sabíamos y no encontramos en esa certidumbre ningún avance real sino solo la evidencia brutal del vasallaje. Tsipras miró a su alrededor antes de tomar la decisión€. Y no encontró a dónde asirse.

No parece que Rusia o China, por ejemplo, ofrecieran un apoyo sólido e inmediato. Hoy Europa es otra vez un escenario dónde ganar trechos de poder y nadie quiere correr el riesgo de apostar por un pequeño país como Grecia, tan fácil -además- de desestabilizar.