No sé qué fue primero, si el huevo o la política. Desde la Grecia clásica, los filósofos se han hecho esta pregunta, y no voy a ser menos. Me lo pregunté la noche del viernes, mientras editaba la fotografía que ilustraba la portada del sábado de La Opinión, donde tres valores del PP, Elías Bendodo, Juanma Moreno y Pablo Casado, se afanaban como podían en freir decenas de huevos para el mitin-almuerzo en una venta de Málaga con militantes y simpatizantes, hambrientos todos de una victoria electoral en las generales. La fotografía se prestaba al titular que luego salió publicado: «El PP le echa huevos a las generales» y pensé que qué sería de los políticos sin los huevos. Hay pocos estudios serios sobre el asunto y ninguna tesis, pero existe una relación tan estrecha que en un buscador localicé más ocho millones de entradas. Filtré todas aquellas en las que los ciudadanos insinuaban la falta de huevos de los políticos para emprender tal o cual reforma y rechacé todas en las que se decían que estaban hasta los huevos de los políticos. Aún así, quedaban millones de entradas, por lo que pensé que había artículo.

Soy de los que creen que los políticos sin huevos no serían nada. Y perdonar por la expresión. Serían como políticos sin sal. Sosos. Al igual que hay clases y tipos de huevos, hay políticos y políticos. Qué se lo pregunten al exdiputado del PP de la Asamblea de Madrid, José Miguel Moreno, que echará de menos no poder juguetear con lo suyos en su escaño. Todo un drama. En unas conversaciones telefónicas grabadas durante la operación Púnica se quejaba de que tenía que trabajar en verano. «Aquí estoy, tocándome los huevos, que para eso me hice diputado». Con sólo unas cuantas palabras, este personaje culmina una proeza homérica: entierra el discurso trabajado durante décadas por cientos de políticos de la dureza de su trabajo, de los sacrificios... Con un par.

Aunque también hay excepciones y tiran del género cuando el exceso de trabajo puede con ellos. Como le sucedió a José Bono. Siendo presidente del Congreso un micrófono abierto le cazó un: «Estoy ya hasta los huevos... Estoy trastornao». Le salió del alma tras una maratoniana sesión después de haberse equivocado varias veces en el enunciado de una moción. Años atrás fue Federico Trillo el que más hizo por la relación entre la política y los huevos, cuando tras leer el complejo enunciado de unas enmienda se gustó con un «Manda huevos». Hubo tal revuelto de huevos, y eso que no había redes sociales, que hasta entró la Real Academia Española para poner orden, pues se abrió un interesante debate nacional sobre si dijo realmente «Manda huevos» o se gustó con un «Manda uebos», un arcaísmo propio de su formación jurídica ya que «uebos» se usaba en el ámbito judicial para indicar que unas pruebas o argumentos eran tan contundentes que obligaban a ver los hechos de una determinada forma. Los famosos «huevos» o «uebos» de Trillo hicieron incluso que el Instituto de Estudios del Huevo le entregara su Galardón de Oro por recordar la importancia del producto. Aún no conocían al perla de la Asamblea de Madrid.

Pero para güevos con «g» los de Jordi Pujol y su sorprendete relación con una vidente gallega que declaró en una entrevista que para sus predicciones utilizaba un huevo que bendecía y pasaba por diversas partes del cuerpo de Pujol. Se imaginan al molt honorable Pujol en su gallinero pagado con el tres por ciento consultando qué hacer con semejante vidente. ¿Defraudo o no defraudo? Conocen la respuesta.

Como se ve, la política siempre ha estado ligada a los huevos en todos sus usos. Incluso para dimitir hay que tenerlos presentes como hizo Estanislao Figueras harto de intrigas en su gabinete durante la I República. Figueras dejó el cargo y se fue a Paris tras reunir a su equipo y decirles: «Francamente, señores, estoy hasta los huevos de todos nosotros». Impecable.

Elías Bendodo, Juanma Moreno y Pablo Casado, conocedores de la tradición española de que los huevos son un ingrediente indispensable de la cocina y de muchas expresiones populares, han decidido echarlos a pares en la sartén de una venta de Málaga para transmitir el mensaje a sus votantes de que están dispuestos a tirar de ellos para ganar las próximas elecciones generales. Desde que el PP llegó al gobierno en 2011, casi todos los líderes populares han emulado a Mariano Rajoy y decidieron no salir del cascarón ante la que estaba cayendo: recortes; incumplimiento del programa electoral; el cabreo de sus bases más conservadoras con la reforma del aborto; subidas de impuestos y del IVA; Barcenas y el «sé fuerte Luis»; Púnica y los polluelos de Madrid del capón Granados... Durante toda esta legislatura el PP ha sufrido del efecto Calimero que impuso Rajoy y no tuvieron el coraje de salir a la calle para explicar lo que estaban haciendo o dejando de hacer. Todos estaban revoloteando en el gallinero del poder y confiados en los efectos balsámicos de la incipiente recuperación que predicaba el gallo Claudio. Pero tras la derrota institucional de las pasadas municipales y autonómicas, en el PP saben que hay que ponerles un par si quieren gobernar. El viernes comenzaron aunque a tenor de la imagen, la falta de práctica durante los últimos cuatro años puede ser un problema a la hora de ofrecer un menú de degustación para las generales. A todos les faltaba la puntillita.