Creo que pensáis que la «abuela cronista» ha perdido la cocorota. Pues no, no del todo. Quizás un poco sí, como corresponde a mi edad. Cumplir tres cuartas partes de un siglo es divertido, entre otras cosas porque, cuando le dices a la cara a tu enemigo las verdades del barquero no se lo toma a mal, está convencido de que te has dejado la olla en la curva anterior. Otra ventaja más de la tercera edad es que los trabajos duros de casa te lo hacen otros y cuando terminan tu reconoces que «¡qué haría yo sin tu ayuda»! Yo las voy apuntando en una libreta y ya llevo escritas seis hojas. Es cuestión se buscar siempre el lado positivo de las situaciones difíciles.

¿Cuándo vamos a conseguir que el mar, entre ellos el nuestro, deje de convertirse en depósito de cuerpos inocentes? Ver las imágenes que nos sirven los rotativos y las televisiones de todos los rincones del mundo, no debería dejarnos indiferentes. ¿Saben por qué me siento fatal? Simplemente porque esta situación se repite desde hace muchos años, siglos, aunque lo sepamos sólo por el mejor medio de comunicación, el más doloroso, el boca a boca de las víctimas de todo los países que sufrieron y están sufriendo la injusticia de las guerras.

¿No les parece divertido que todos los inculpados de nuestro pueblo hermano de Marbella estén pidiendo perdón a voz en grito? A mí sí, porque me recuerda lo que nos sucedía, a mi hermano José Luis y a mí cuando nos pasábamos haciendo perrerías. Mi madre era buenísima pero, si decía por aquí, había que ir por ahí, sin ninguna protesta. En caso contrario, nos quedábamos sin los cuentos del Guerrero del Antifaz que nos encantaban. Cuando crecimos cambió esa pena por el de no ir al cine de las cuatro de la tarde. Jamás nos retiró un castigo.