Es difícil asumir que has dejado de ser aquella o aquel que fuiste ayer. Cuando recuerdas un acontecimiento que sucedió hace años, lo más sano es no intentar averiguar los años que han transcurrido porque te amargarás la vida. Y no es que yo reniegue de mi pasado, no, todo lo contrario, pero si un día te cruzas con una antigua amiga que empuja un coche de bebé en el que juguetea y te sonríe una preciosa criatura y le dices «Qué precioso es tu nieto, Carmencita, se parece mucho a vosotros» y tu amiga te corrige: «Sí, es muy lindo, pero no es mi nieto, es mi bisnieto, hijo de mi nieta pequeña, Margarita», eres incapaz de seguir hablando porque esa niña a la que has saludado nació en tu mismo mes y año y, de golpe, te has convertido en una super anciana y no es justo porque, en nuestro interior continuamos gozando de nuestros veinte años.

La vida es así, no es de más carnes: desagradecida, injusta, aunque, algunas veces sea sencillamente maravillosa. Al despedirnos mi amiga y yo hemos quedado en comer juntas, sin criaturitas que con sus continuas llamadas -«abuela, abuelita»- nos impidan contarnos lo que ignoramos de nuestras respectivas vidas.

Acabo de oír por radio que mañana lloverá mucho, bueno, ¿quién dijo miedo? Parece que hay quien goza haciéndonos sufrir: «Que va a subir casi todo», «que se prohibirán las dobles rebajas», «que no va a haber chuches para todos. Les auspicio a los agoreros que, si todo lo que leemos es cierto nuestro futuro será muy triste. Yo soy muy pero que muy incrédula y, ¡oh, pena, penita, pena! a final de mes me pagan igual que a los malasombras que duermen dando saltos. ¿Será por sus malas conciencias? No lo sé, amigos. «Qué será, será», que dijo el fulanito a mí y a los míos.