Sale el sol y llueve sobre los vivos y sobre los muertos, ya cerca noviembre, como se suceden las sucesiones y su impuesto. Los lectores del periódico están siguiendo con interés las informaciones sobre el impuesto de Sucesiones y sobre las distintas posturas políticas que claman por la supresión o no de ese impuesto. Parece que a todos concierne. Pero no es tan así. A pesar de que aumentaron con la crisis las renuncias a las herencias, ni la palabra «herencia» significa lo mismo en todos los casos, ni el problema para afrontar el tributo por lo que tus padres quisieron legarte, por ejemplo, está en el impuesto de sucesiones, autonómico. Más bien en el obligado pago de las plusvalías municipales. Ahí le dan la puntilla a la mayoría de los humildes que se convierten en «herederos». En ocasiones a su pesar.

Heredar la plusvalía. Un funcionario me contó la herida económica, definitiva, que le supuso a una mujer con tres hijos que vivía con su madre en una pequeña vivienda social (que había dejado de serlo tras más de cuarenta años de adquirida) quedarse en el piso a la muerte de su madre. No sólo se quedó sola con los tres niños para afrontar la vida siendo de los perdedores de la sociedad, sino que tuvo que afrontar el presunto aumento de su patrimonio al heredar el piso y, si bien su valor catastral le hacía estar exento de pago por Sucesiones, no así de la plusvalía, unos dos mil euros que la pobre mujer no había visto juntos en su vida. Una plusvalía que basa el porcentaje de su tasa, además, no en la superficie construida de la vivienda, lo de menos valor, sino en el precio del suelo sobre el que descansa el edificio entero. Por ahí es por donde sufren los pobres o quienes se han visto arrojados a ese precipicio desde la clase media cuando «heredan».

Funeraria carroñera. Otra cosa es el agravio comparativo que supone el distinto trato legal que tienen unos españoles según en qué territorio habiten en asuntos iguales. Por poner un ejemplo, que haya impuesto de sucesiones en Andalucía y no lo haya en Madrid, y según quien gobierne (ése es otro tema a discutir). Lo que no tiene discusión es la desvergüenza de una funeraria a la hora de aprovechar el dolor sobrevenido de la enfermedad ajena para capturar clientes. La existencia de un presunto ojeador en el hospital Clínico malagueño que estuviese detectando pacientes en situación delicada para informar sobre ellos a una empresa funeraria trasciende la picaresca. Habla, grita, dice sobre nuestro tiempo y sobre cómo hemos dado carta blanca a la existencia de depredadores sin más moral que la fría rentabilidad de sus intereses dinerarios. Dan asco.

«Mas» del 3%. No sé si estos conseguidores (que en el caso de José Subires y su mujer, que ingresó en Observación con un cuadro gripal han pinchado en hueso, ya que la señora está lejos de ser negocio de funerarias) se llevarán una comisión del 3% por cliente capturado camino de la eternidad. Pero sí parece que eso y más cobraban los gobernantes de Convergencia en Cataluña por obra pública concedida. Y que mucha gente lo sabía. Cómo se dirá «omertá» en catalán. Centrar las dos últimas detenciones policiales de los tesoreros de ese partido en la intención política de deteriorar la figura de quien anda empeñado en ser el primer president de una Catalunya lliure e independiente de España, Artur Mas, resulta tan lamentable como oír al presidente húngaro, Víktor Orban, decir las barbaridades que dice a los refugiados.

Personas como yo. Como lamentable fue que un ministro de Dios en la Tierra, monseñor Cañizares, sembrara la desconfianza sobre las personas que huyen de la guerra, aunque luego haya pedido perdón alegando que había sufrido un linchamiento por sus palabras sacadas de contexto. La palabra «linchamiento» no debe de significar lo mismo para monseñor Cañizares que para quienes tratan de llegar a Europa con sus hijos a cuestas soportando abusos y desprecio. O para esas 1.348 almas que el año pasado perdieron la vida en el Mediterráneo (y ya en lo que va de éste, incluyendo la del pequeño Aylan recostado con sus zapatitos puestos en la playa). Son datos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), así que aquí todo el mundo tiene que empezar a dar más la talla (el primero el que esto escribe).

Luces electorales. Y Europa no la da. Los estados miembros aceptaron en septiembre redistribuir a 160.000 personas. Un mes más tarde los países de la UE han dado curso a 854 plazas. Con el invierno encima, que aún sean 854 de las 160.000 previstas da una idea de la incapacidad europea para asumir el reto humanitario (con todos sus flecos económicos, sanitarios y de seguridad) que ya caracteriza el siglo XXI. Lo caracterizan eso, y que se te confundan las luces de Navidad que han empezado a poner con los logotipos electorales… Porque hoy es Sábado.