Sí, alegrémonos en esta nueva cita de la Universidad de Málaga con las urnas para renovar su rectorado. Coincide con una amplia renovación generacional de quienes hace ya más de cuarenta años protagonizaron su fundación viniendo en buena parte de otras universidades andaluzas y españolas. Un profesorado joven y comprometido con una época de profundos y trascendentales cambios en la sociedad.

La llegada a Málaga de la universidad se produce dentro del franquismo. La creación de Económicas y empresariales ha cumplido cincuenta años, y poco después llegaban los Colegios Universitarios, el embrión de la Universidad. El franquismo trataba de contentar una vieja aspiración de sus élites locales, y al mismo tiempo descongestionar las grandes universidades como focos de protesta política y rebeldía intelectual.

En una ciudad que tiene hoy a la cultura como referente social y político, el papel de la Universidad ha sido central y decisivo. La UMA ha tenido una influencia revolucionaria sobre el capital humano: incrementando exponencialmente su productividad, mejorando su proyección en los servicios públicos y privados, generando una nueva y extensa élite profesional y política, aumentando en definitiva su grado de inteligencia colectiva, la base de una sociedad moderna y emprendedora.

La sociedad española está en una encrucijada histórica. Termina un ciclo de consolidación de la democracia -JuanPablo Fusi la ha denominado etapa de «postransición»- roto por las transformaciones del planeta y por las grietas que ha producido en el sistema la deslealtad democrática de los poderes económicos y financieros y de quienes se han sometido a ellos en las instituciones públicas. Si la Universidad es el reino de la inteligencia, su papel hoy puede y debe ser determinante en la construcción de una nueva convivencia político-social. La nueva autoridad académica debería estar en la línea de este momento histórico.

Porque el milagro de la Transición fue posible también gracias al compromiso de los profesores y de los estudiantes universitarios que acudieron generosamente a la construcción de una España nueva. La Universidad aportó las ideas y una mística que sólo puede arraigar en la juventud, y que no era la primera vez que se manifestaba en la historia de España.

Las nuevas autoridades deberían recuperar esa mística universitaria, para convertir la realidad indudable de las competencias científicas y humanísticas que hoy posee la UMA, en un instrumento vivo de cambio político y social, como ocurrió en los años 70. Acomodar la revolución del conocimiento, su dimensión planetaria, a la revitalización de la institución. Romper una de las barreras que se ha ido levantando silenciosa e impunemente y que lastran hoy la función social universitaria: la reglamentación y la burocratización de la inteligencia, su encorsetamiento, su despojo de las posibilidades de cambio, su alejamiento del entorno para buscar una galaxia sin perfiles definidos que protege y nubla los aspectos más duros del sistema..

La sociedad malagueña, cuyos perfiles están marcados hoy más que nunca por la cultura, requiere en cualquier caso que las nuevas autoridades acentúen el papel cultural de su Universidad: en el pensamiento, en el debate académico e intelectual, en la participación de sus profesionales en las instituciones culturales, en la participación de los estudiantes en la vida cultural de la ciudad. No se entiende el esplendor cultural de Málaga -sólo comparable a las posibilidades que tuvo la ciudad en los años 20 y 30 del siglo XX y que cercenó la Guerra Civil- sin la creación de un nuevo público gracias a las decenas de miles de graduados y a los miles de profesores de su Universidad en estos cuarenta años. Un foco de renovación intelectual que la institución no debe desaprovechar en toda su potencialidad de cambio, de renovación crítica que se produce sólo cuando la institución está viva y es consciente de su misión.

Al final del franquismo, a uno de los más penetrantes intelectuales andaluces, José Aumente, le secuestraron en la revista Triunfo un artículo sobre las perspectivas de un futuro democrático español. Quizá convenga, en esta coyuntura en la que el país parece aprestarse a una nueva etapa, repetir su pregunta de entonces aplicada a la Universidad de Málaga: «¿Estamos preparados para el cambio?».

*Fernando Arcas Cubero es profesor Titular de Historia Contemporánea de la Universidad de Málaga