En un recóndito valle suizo se encuentra el pueblo de Saint Moritz. Así lo llaman los ingleses y los francófonos. Sankt Moritz en alemán y San Murezzan en el romanche suizo. Lo domina, augusto, un centenario hotel de alta montaña, legendario, uno de los más famosos de Suiza: el Palace. Don Alfonso XIII, el que fuera Rey de España, decía que si alguna vez tuviera que dejar de ser Rey, le encantaría ser hotelero. Estoy seguro de que habría elegido el Palace de Saint Moritz. Lo conocía muy bien. En realidad el Palace se llamaba el Badrutt's Palace. Badrutt era el apellido del fundador del hotel, Caspar Badrutt. No obstante, no me puedo imaginar a Su Majestad el Rey de España, Don Alfonso XIII, o la Reina Madre de Jordania o el entonces duque de Alba o a aquella también residente de Marbella, Audrey Hepburn, llamando a su hotel suizo favorito el Badrutt's Palace. Dirían simplemente el Palace. Y si hubieran necesitado mayor precisión, simplemente hubieran añadido: el Palace en Saint Moritz. Era su segunda o tercera casa. Y la casa de uno no se comparte. Ni siquiera con el que la creó. No en vano durante sus estancia en el hotel, en la décadas de los años veinte y los treinta, le reservaban a uno de sus mejores clientes, el duque de Alba, la mesa número uno del salón principal, a la derecha, según se entra. Muy cerca, por cierto, de la mesa preferida por la Reina Madre de Jordania. En ella estaba un día un adolescente príncipe Hussein, cuando un conserje del hotel le entregó en una bandeja de plata un telegrama dirigido a Su Majestad el Rey Hussein. Así supo que su padre había abdicado. Y que el trono jordano le estaba esperando.

Recuerdo que hace tiempo alguien describió al Palace como un castillo gótico, impenetrable para el resto del planeta. Excepto para un pequeño grupo de iniciados. Hoy en día sigue pareciendo un castillo gótico dominando un valle rodeado de montañas y con un lago a sus pies. Pero ahora es un castillo menos severo. Sus puertas están abiertas de par en par a un mundo nuevo, mucho más amable y relajado, donde las reglas del juego social han evolucionado radicalmente. Caspar Badrutt, en 1892 encargó a dos célebres arquitectos suizos, los maestros Chiodera y Tschudi, el proyecto del futuro Palace. El hotel se inauguró el 29 de Julio de 1896. Era una maravilla. Con su emplazamiento, y sus impresionantes instalaciones en manos de los más grandes profesionales de la época, fue un éxito inmediato en la Europa de la Belle Époque.

La baronesa austríaca Erika von Höfurtner, una excelente conocedora del mundo de los grandes hoteles, decía que en Saint Moritz existen dos Palaces bajo un solo techo. Totalmente diferentes. El del verano y el de la temporada de invierno, cuando en el Palace todo gira alrededor de la nieve. La baronesa recordaba que para las damas los rituales de cambios de vestimenta eran algo muy importante. Empezaban en las horas dedicadas al esquí, seguidas por las del après-ski, cerrando la cena y el baile ese ceremonial. Veladas que podían terminar en un paseo en trineo por los paisajes nevados cerca del hotel, a la luz de las antorchas.

Mi buen amigo y maestro René Lecler afirmaba que el Palace era el mejor hotel de Suiza y uno de los seis mejores hoteles del mundo. No me atrevería a contradecirle. También decía que admiraba a un hotel que te puede conseguir fresas del bosque en pleno invierno para acompañar la botella de champán que te espera en la habitación. Entonces piensas, mientras los Alpes relucen a través del marco de los ventanales con los últimos rayos del sol, que lo que estás viendo está más allá de lo humano. Simplemente vuela ya, sin complejos, en el reino de lo divino.