Una de mis pasiones es perderme por los caminos de Andalucía, buscar lugares apenas conocidos, beber agua fresca en alguna alquería moruna o andar sin prisas por calles que tienen siglos de historia, cruzar saludos con los lugareños y, si se tercia, pegar hebra con campesinos con tantos trienios en el campo que parecen que son la misma cosa. Y en mis correrías siempre encontraba una torre mudéjar, un edificio municipal de paredes encaladas o de ladrillo visto, la taberna de turno... Y el pan. Siempre encuentro una hogaza de recia corteza hecha al calor de la leña, que me dura días y sabe a pan. Además siempre me tropezaba, por lo general en la plaza del pueblo, con la oficina de una caja de ahorros (ahora bancos). Confieso que la visión de la misma me daba confianza por si necesitaba tirar de la cuenta porque me había picado en comprar perdiz de campo en escabeche y una pata de cochino de los que trotan por la montanera. Ahora, por aquello de la rentabilidad, escasean las oficinas bancarias por lo que salgo de viaje bien pertrechado y con las alforjas sonando como dos cascabeles. Desgraciadamente en muchos pequeños pueblos de nuestra geografía se pierden o arrinconan señas de identidad que en épocas pasadas eran consustanciales con su propia existencia.

Me venía al coleto estas reflexiones y recuerdos cuando, en la alquería de Nigüelas, desayuno un humeante café fuerte leo el descalabro económico de la empresa andaluza punta en tecnología Abengoa que ha entrado en el mayor concurso de acreedores de España; y leo una segunda noticia, apenas destacada en los medios informativos, sobre la ratio de solvencia alcanzado por otra empresa andaluza y con vocación nacional como es Unicaja. Dos noticias distintas, dos formas diferenciadas de gestionar una empresa, dos formas diferentes de encarar el futuro. Abengoa tendrá que pasar por el tamiz que le dicten sus acreedores, con un futuro mediatizado por quienes le prestan dinero; y Unicaja, pese al enorme y costoso esfuerzo de integrar a Ceiss, consigue situarse entre las entidades bancarias españolas mejor valoradas por la Autoridad Bancaria Europea (EBA) al conseguir situarse en el octavo lugar de la banca española con un 11,85% y estar en el grupo que más mejoró este indicador. Unicaja también se mueve en los primeros puestos en rentabilidad lo que se traduce en un mayor flujo de crédito hacia las empresas y las familias. Era uno de los objetivos que se marcó Braulio Medel, presidente de Unicaja que con su equipo está siendo capaz de navegar en el proceloso mundo de la banca con el timón marcando una ruta, sin perder el norte.

Esto que podría parecer baladí, por aquello de que la banca siempre gana, pone sobre el mantel que la solvencia en la gestión, la firmeza y seguridad; tener una hoja de ruta empresarial y saber gestionar el dinero que depositan sus clientes es el primer mandamiento de Unicaja. En la banca, el valor solvencia es la mayor garantía para quienes en ella depositan su confianza. Lo saben sus dirigentes y pugnan por ganar ratio en un panorama que sigue siendo muy tormentoso para la banca, con anuncio de nuevas fusiones en los próximos cuatro o cinco años. Parece que la banca española, a tenor de informes de la Autoridad Bancaria Europea (EBA), quedará reducida a cinco o seis entidades. O creces o te expulsan del mercado del capital, dicen los entendidos y quizás por ello hay que ganar en ratio de solvencia y alcanzar una posición dominante en los mercados financieros.

No pude comprar la perdiz en escabeche, en las que se suele encontrar perdigones y mucho menos la pata de cochino montaraz, pero delante del reparador café pensé que la solvencia es un grado, bandera y símbolo de buena gestión (excelente) y quizás algún día muchos ciudadanos como yo podremos degustar un trozo de perdiz y una untuosa y fina loncha del ibérico de montonera (bellota). Esa cuestión de intentarlo pero sin pasarse. La solvencia se sirve en finas lonchas, son las que tienen mejor sabor.