A Rajoy no le gusta ser Rajoy. Nunca, ni siquiera en su época triunfal, cuando doña Elvira y la balconada, le interesó lo más mínimo. Y de ahí, como con esas acuarelas que se le atragantaban a Hitler, vienen quizá la mayoría, si no de nuestros males, al menos, sí de las afrentas psicopolíticas más ultrajantes que se han vivido en los últimos años en este país. Al final va a resultar que la enfermedad de España no es el IBEX, ni la irresponsabilidad pachanguera, ni los bancos, sino la vocación equivocada de un solo hombre que una vez se dejó llevar por los náuticos y los almuerzos copiosos y se hizo presidente en lugar de meterse a doncel irredento o señorito comulgado del Real Madrid. En ese sueño colectivo hecho de hachazos y remiendos que es la democracia nacional, los españoles hemos tragado como si nada con un retablo de prebostes que harían parecer normal al peor y más infausto de los Austrias en una pintura de salón: presidentes que soñaban con ejercer de expresidentes, aprendices de millonarios con pana, hijos aplicados del franquismo y hasta dementes vigoréxicos que ambicionaban ser Churchill cuando apenas cumplían el expediente intelectual para llegar, y por afinidad histriónica, a Kim Jong-un. De todo este animalario, quizá Rajoy se sitúe en lo más alto, porque él es el único que aspira a la nada, que, al fin y al cabo, es una chuchería filosófica y un absoluto, aunque sea deslucido y vuelto del revés. Desde que decidió salir momentáneamente del plasma y sentarse con Alsina -hace tanto frío ahí afuera- Rajoy se ha esforzado en ser invisible; es como si en lugar de postularse nuevamente a presidente quisiera hacer oposiciones a la virgen del Rocío, quién sabe si para congraciarse con la Báñez y llevarse a casa una medalla de la Guardia Civil. Mientras el resto acepta la responsabilidad y debate, de Rajoy lo único que sabemos es que va a la radio a darle capones a su hijo y hablar distendidamente sobre la Champions -a mí de todo aquello sólo me llegó un niño con la cara pixelada y arabescos en jerga sobre el 4-4-3, que por algo soy del Atleti y existe la contraprogramación-. En sus tres largos años en el Gobierno, Rajoy ha cometido muchos desatinos. Esta última estrategia es sencillamente un insulto y, para colmo, de estilo cavernoso, casi preconstitucional. Cree Rajoy, con su gesto, que España es idiota y que se puede ganar sin hacer ruido y hablando de James con Bertín (no, díganme que no). O peor aún, no cree nada y es casi la nada. Nunca debió salir de Galicia. Tampoco él.