Cuando un poeta cumple años su universo se inclina hacia una dirección: resucitar. Como bien argumenta el gran amigo de José García Pérez, Fernando Pessoa, el entrañable Pepe se siente constantemente en una víspera de despertar. El profesor, político, articulista y determinante poeta cumple ochenta años con el mismo asombro e inquietud que profesaba allá en los tiempos de juventud idealista, originalidad generosa y doctrinas arraigadas; con vocación hacia la gente, canaliza sus pasos por un sendero bifurcado entre la solidaridad y el compromiso.

Siempre preguntándole a la vida por su vida. Entre otras muchas, la cuestión la plantea desde su libro Fue un acaso. García Pérez pacta con las palabras desde «un silencio cargado de átonas dudas, penetra el espacio donde deslizo mi tedio. Le intento poner ritmo, y un frío soplo sisea en la ya frágil nuca de la utopía. Me rebelo sumiso». En un estado de rebeldía permanente es, como bien afirma, consciente de su regreso al mundo de la normalidad y por ello dice: «volveré a ajustar la tuerca del disparate en sentido inverso a las agujas del reloj, y el tiempo invertirá su orden».

Cuando un poeta cumple años, en el caso de José García Pérez, posee la edad que siente. Tiene la experiencia vivida y el atrevimiento del ímpetu de la persuasión de sus deseos. Disfruta de los años necesarios para gritar lo pensado. Goza del tiempo en que los sueños comienzan a tocarse con los dedos, y los anhelos se convierten en esperanza.

Cuando un poeta cumple años pienso como Ortega y Gasset y parafraseándolo comparto la idea de el hombre mejor no es nunca el que fue menos niño, sino al contrario: quien al pisar las ochenta añadas encuentra acumulado en su sentir el más espléndido tesoro de la infancia. Al final lo importante no son los años sino la vida de tus años. Poeta, felicidades. A seguir escribiendo.