En Málaga se vive bien, los malagueños lo ratifican. Según el estudio de la Comisión Europea publicado unos días atrás, Málaga es la novena ciudad europea con mayor calidad de vida; la única española entre las diez primeras del estudio comparativo realizado entre 79 ciudades europeas. Al menos esa es la percepción de los malagueños, que se han mostrado satisfechos con residir en la localidad.

No podemos decir lo contrario. Málaga ha sabido situarse y hoy es una ciudad europea, pero sobre todo es un destino europeo. Por ello es así que tampoco podemos negar que buena parte de los logros que acumula la ciudad los merece el turismo. Y no es de extrañar. Pasear por una animada calle Larios, hacer una parada en alguno de la colección de museos con que contamos y terminar inmortalizando en nuestro móvil la impagable estampa que nos deja el paseo marítimo al final del día parece un buen plan para una tarde cualquiera de febrero. Sobre todo cuando las buenas temperaturas nos acompañan.

Y eso lo sabemos apreciar aquí y también en cualquier rincón de Europa. Pero, y los malagueños, ¿somos europeos?

La ciudad no se ha quedado al margen de la situación económica. Es complicado saber hasta qué punto resistimos en Andalucía. La crisis ha hecho más visibles problemas intrínsecos de esta tierra; entre ellos, el paro. Gracias al turismo, Málaga sobrevive en temporada alta y resiste el resto del año, asumiendo las víctimas que quedan por el camino. Enero no es un buen mes para las estadísticas, que nos dejan 1.300 parados más y nos dicen que la tasa de paro actual es del 27% en Málaga, del 29% en Andalucía.

Gracias al turismo, en pocos meses se revertirá la tendencia, pero a costa de la precariedad, de empleos temporales, muchos mal remunerados, y de la incertidumbre laboral permanente. Sin embargo, aunque la estacionalidad del empleo y sus consecuencias hagan mella en Málaga, en esta ciudad se vive bien.

El desempleo, como el difícil acceso a una vivienda, los problemas con la limpieza y el transporte, la ausencia de zonas verdes o la falta de civismo, está asumido. Son cuestiones que se mueven en unos umbrales asentados, que hemos aceptado y a los que nos hemos acostumbrado. Los sobrellevamos y parece que son un problema menor. El sol y la playa lo curan todo. Y es que el hecho de que Málaga sea un destino turístico imprescindible impregna también al residente de un aroma festivo y relajado, que le llena de orgullo y le hace alardear de vivir en un lugar tan privilegiado.

Málaga se disfraza así para el malagueño de paraíso, donde calle Larios compensa los barrios más olvidados, los museos compensan la falta de educación y la estampa marítima compensa los lunes al sol de 183.000 ciudadanos. Pareciera que hablamos de otro lugar, pero no y en la misma tarde de febrero.