Confieso que el Canciller de Hierro, Bismark, nunca me ha caído bien porque era un reaccionario de aúpa. Además unificó Alemania, que desde entonces nos da terribles dolores de cabeza como Volkswagen o Deutsche Bank, por citar solo los más recientes, y jubiló de emperatriz a Eugenia de Montijo, que era sevillana y guapa. Me parecen razones más que suficientes. Pero a cada uno lo suyo y Bismark también era un hombre ingenioso. En cierta ocasión le preguntaron cuál era el país más fuerte del mundo y sin dudarlo un momento contestó que España. Ante la sorpresa general explicó que «es un país que lleva siglos tratando de autodestruirse y no lo consigue».

Este comienzo podría abrir unas reflexiones sobre nuestra situación política, pero no es esa mi intención y además los periódicos no hablan de otra cosa y hay que dejar respirar al personal. Me voy a referir a la alcaldesa de Madrid, que últimamente está sembrada. Después de una extraña historia de quitar y volver a colocar en un cementerio una placa con los nombres de ocho curas asesinados durante nuestra Guerra Incivil y otra, más rara aún, de contratar a unos guiñoles que en lugar de divertir a los niños se dedicaban a dar vivas a ETA, nos sorprende ahora con urgencias para eliminar los nombres franquistas que aún quedan en las plazas y calles de la capital de España. A mí me parece muy bien porque para eso se promulgó en 2007 la Ley de Memoria Histórica que pretende ser un paso más hacia la reconciliación de los españoles... a condición de que se aplique con inteligencia pues ya se sabe que el infierno está empedrado con buenas intenciones. Para no meter más la pata, la alcaldesa Carmena ha encargado un estudio a la Cátedra de la Memoria Histórica de la Universidad Complutense, donde el historiador Antonio Ortiz, ha elaborado un informe donde aparecen 256 «calles franquistas» aspirantes a apearse del callejero madrileño. Todo esto lo adelanta El País (10-2-2016), que ha tenido acceso al Informe. Por eso advierte que la lista se puede modificar «ligeramente» en los próximos días. «¡Qué barbaridad!», pensé. No podía imaginar que todavía quedarán en Madrid 256 calles con nombres franquistas, aunque confieso que me quedé aún más perplejo al ver los nombres incluidos en la lista.

Vaya por delante que me parece bien que se eliminen los nombres de generales y otros militares que se sublevaron contra el gobierno legítimo de la República y defiendo que no se meta en el mismo saco a quienes la defendieron. Pero creo que la lista debería ceñirse a eso, a militares y políticos golpistas, dejando en paz al resto de ciudadanos, cualesquiera que fueran sus opiniones políticas. Al fin y al cabo, si la rebelión militar triunfó en 1939 fue porque tenía el apoyo de la mitad de los españoles, desengañados de aquella «República sin republicanos» y eso quiere decir que franquistas hubo muchos, igual que hubo muchos nazis en Alemania y muchos colaboracionistas en Francia porque en caso contrario ni Franco, ni Hitler, ni Pétain hubieran podido hacer lo que hicieron. Otra solución podría ser la que ofrecía La Codorniz de adjetivar sus nombres y quitar calle del bondadoso general Mola, pongo por caso, para dedicársela al malvado general Mola. Decía la revista que así se ahorraría mucho dinero. Por lo menos los 17.999 euros que han costado el Informe de Ortiz.

Por mi parte creo que lo inteligente es cribar esa lista y diferenciar de entrada entre quienes mataron y quienes fueron matados, como los ocho curas a que me refería antes o como el comediógrafo Pedro Muñoz Seca, autor del genial Don Mendo, que al parecer les dijo a los milicianos que iban a fusilarle que «podéis quitármelo todo, incluso la vida, pero hay una cosa que no me podéis quitar y es el miedo que tengo en este momento». A un hombre así se le pone una calle pero no se le quita. O como José Calvo Sotelo, político republicano de derechas asesinado por izquierdistas poco democráticos, que no pudo ser franquista (aunque seguramente lo hubiera sido) pues murió antes de la sublevación. Y también dejaría fuera de la lista a los intelectuales de ambos bandos que hicieron política, como Pla, Foxá o Pemán, pues bastante pena llevan al haber compuesto engendros por razones políticas (como también hizo Alberti). Supongo que los humoristas que aparecen en la lista, como Jardiel Poncela o Miguel Mihura, ya pagaron también su deuda con sus esfuerzos para burlar la censura y la falta de sentido del humor del régimen. Pero lo que me parece de aurora boreal es eliminar del callejero al torero Manolete, a Juan de la Cierva y su autogiro, o al mismo Santiago Bernabéu que ha hecho más que nadie por dar a conocer el nombre de Madrid en el mundo. ¿De verdad no tiene el Ayuntamiento nada más serio que hacer quitar una calle a José Lázaro Galdiano que le ha dejado a la ciudad una Fundación y un museo con su colección de obras de arte? Y lo que ya es de traca es quitarle su calle a Salvador Dalí, uno de los genios de la pintura del siglo XX. ¿A alguien le importan las idas políticas de Dalí? ¿Acaso le pusieron una calle por ellas? ¡No se puede ser tan paleto siendo de la capital! Al parecer Einstein, tan de moda estos días, afirmaba que la estupidez humana y el universo no tienen límites, pero yo me permito dudar sobre los del universo.

*Jorge Dezcállar es exembajador de España en EEUU