En estos días estamos viviendo una situación retrógrada e indignante como profesionales sanitarios. Inexplicable también para la población, que busca en nosotros consejos y atención sin otros intermediarios, porque reconoce nuestra competencia prescriptora desde hace años en el ámbito de los cuidados de enfermería, y ha percibido que no somos auxiliares de nadie y a la vez sí somos colaboradores eficientes de un equipo en el que los médicos son miembros destacados.

Así también lo entienden muchos otros profesionales sanitarios, que acertadamente saben que la competencia de los equipos está en la de los profesionales que los componen y que se reconocen mutuamente para el desarrollo de sus distintas responsabilidades, así lo establece la Ley de las Profesiones Sanitarias.

Choca como poco este imperativo legal que expresa el RD 954/2015 respecto a la prescripción, en el que hemos sido menoscabados solo a la administración de medicamentos previa a la expresa reseña de un prescriptor para ello, o sea, una norma del siglo XXI que nos devuelve al siglo XIX.

Eso sí, no como producto de daños ocasionados a la población, más bien al contrario; sin embargo ahora no podemos hacer de forma autónoma determinados seguimientos a pacientes en sus domicilios, ni instaurar o modificar el tratamiento de una cura o administrar una vacuna, o cómo manejar fármacos en una contención atendiendo a un enfermo mental, o actuar en una empresa en el ámbito de la Salud Laboral, o una matrona en el manejo de fármacos protocolizados, y ahora sin protocolo validado aún, según este Real Decreto, una norma que trastocada a última hora en el segundo párrafo de su artículo 3 está produciendo un caos, incluso organizativo, intentando retroceder en el tiempo.

Aquel pasado en que las enfermeras eran ‘pobres mujeres’ que tenían la cabeza solo para llevar la cofia. Por cierto, eran esenciales para que los hospitales funcionasen o para llevar a cabo aquellas heroicas campañas de vacunación y para muchos otros cometidos.

Hay un reducto casposo y retrógrado que añora la sumisión de las mujeres-enfermeras y que no quiere «ese nuevo poder», que lo ve como amenaza y no como oportunidad de mejora en la atención a la población, que ya se estaba produciendo.

Amenaza que se torna interesada, porque tiene un tono casi inaudible respecto a otras cuestiones como la autoprescripción de fármacos, baja adherencia al cumplimiento del tratamiento farmacológico, o la creciente medicalización frente a la necesidad de provisión de cuidados de calidad, siendo todos ellos fenómenos crecientes y sin embargo menos preocupantes para la salud pública, bajo la consideración de algunos entendidos.

O sea, que el peligro es que una enfermera tenga respaldo legal a lo que venía haciendo. ¿? En contraposición por ejemplo a los podólogos, prescriptores reconocidos en la ley. En estas ocasiones pesa el lenguaje de algunos juristas, con despachos de anaqueles repletos de asuntos por su trabajo ingente, pero faltos de literatura científica enfermera, que posiblemente no comprenden que los diagnósticos sean no solo médicos, y que los problemas denominados ‘médicos’, no son a veces de estos profesionales sino de salud de la población, o que la investigación científica, no sea solo médica, sino de biólogos, farmacéuticos, químicos... enfermeros también.

Ni todos los doctores son médicos, ni todos los médicos doctores. Todos ellos necesarios que proporcionan a los demás el orgullo de tenerlos entre nosotros, muchos de ellos brillantes y sin recursos adecuados a su capacidad intelectual, por su inestimable dedicación a la salud de las personas y a los avances científicos y tecnológicos que se han producido y se seguirán produciendo.

El lenguaje no es baladí, y es sorprendente el ejercicio continuo que se debe hacer para hablar con propiedad, y yo diría también con generosidad a una sociedad que merece ser tratada desde la evidencia (científica) y no desde el engreimiento.

En cuanto la prescripción, aquí también prescriben otros: una madre las unidades de insulina que la enfermera ha de administrar a su hijo en horario escolar, los propios pacientes adultos que están anticoagulados, insulinizados,o analgesiados con dispositivos auto regulados... pero ¿las enfermeras? ¡Qué disparate!

Ha sido un disparate que las enfermeras administren por sí mismas vacunas, que decidan pautas correctoras, que curen las heridas de las personas en sus domicilios, que realicen seguimientos a pacientes crónicos, que indiquen los absorbentes más adecuados, que decidan la administración de analgésicos según la evolución clínica de los pacientes y dentro de un protocolo establecido, que formen parte de equipos avanzados en la atención a urgencias -por cierto con excelentes resultados- que le digan a otros profesionales que les preguntan lo que tienen que prescribir ( pero,¿ quiénes eran los prescriptores?) para realizar un sondaje vesical o una cura... ¡Hasta ahí podíamos llegar!, y encima en consultas de enfermería o realizando diagnósticos ¿pero esto qué es? Que se pongan la cofia y a callar, qué se han creído.

Todo esto, y mas, veníamos realizándolo con la confianza de la población y de los profesionales, incluso con avances y mejor accesibilidad de los pacientes y sus familias (abundan las enfermeras cercanas y «apañás») también con buenos resultados en el gasto farmacéutico, como se ha demostrado en Andalucía.

Aquí decimos: «Un poquito de por favor» corríjase este desaguisado. Es lamentable que esta situación genere más fricciones entre profesionales que trabajan conjuntamente, molestias y desconfianza a los pacientes, o cumplimientos imposibles; todo ello porque nos empeñamos en asegurarnos un respaldo legal, en este sinsentido, con la esperanza y la fuerza para que se recobre la cordura sin más demora: lo necesita sobre todo la población a la que atendemos y nosotros por la seguridad jurídica en nuestras actuaciones.

*Juan Antonio Astorga Sánchez es presidente del Colegio Oficial de Enfermería de Málaga