El presunto caso de corrupción en las clínicas odontológicas Vitaldent ha puesto de manifiesto un problema que -otro más- no está resuelto en España: la universalidad de la salud bucodental. Muchas son las cadenas que han proliferado en el país en los últimos años, y es rara la avenida de una ciudad en la que no coexistan dos o tres grandes grupos de odontología low cost. Pero, ¿por qué han triunfado? ¿De dónde se obtienen los pingues beneficios con los que se paga a tantos odontólogos, se da tanto crédito y se amasan fortunas como la del detenido uruguayo dueño de la citada marca Vitaldent?

La respuesta parece clara: son más baratas que las clínicas tradicionales de estomatología y odontología, regentadas por médicos especialistas u odontólogos titulados, que son dueños y titulares de sus clínicas, y donde emplean a otros profesionales como adjuntos a su trabajo. Las cadenas son más económicas y con más facilidades para el pago de los costosos tratamientos de implantología, obturación, empaste, periodoncia, etcétera.

Porque digámoslo claro, la odontología es cara, y digamos claro esto también: todos nosotros, en circunstancias adversas económicas, optaríamos por la opción más llevadera para nuestros bolsillos. Porque, total, los dentistas -pensará con razón el menos pudiente- tienen en uno y otro lado el mismo título universitario. Entonces, ¿cuál es la trampa? Lo ignoro, pero me consta que los colegios de odontólogos hacen cada vez más campaña a favor de los profesionales de siempre, alejados de lo meramente comercial y más centrados en su cometido sanitario. Uno también, dicho sea de paso, preferiría a un odontólogo con nombre y apellidos que una gran franquicia, aunque es una elección movida por la costumbre y por la cantidad de conocidos del ramo que tengo. ¿Materiales de peor calidad, entonces? ¿Peor atención? ¿Empastes y tratamientos a quien no lo necesita únicamente para engrosar la facturación? Cuesta creerlo, pero de todo ello se habla.

Pero no quiero centrarme en ello, o no sólo. Escribo estas palabras para llamar la atención sobre lo que decía unas líneas más arriba, y es lo escandaloso que me parece que en un país en el que pueden a uno operarlo de corazón varias veces en unos años, poner caderas nuevas a ancianos nonagenarios con demencias y todo aquello que se nos ocurra que sea costoso y ataña a la salud esté pagado con dinero público, pero, sin embargo, no pueda pagarse con ese dinero destinado a Sanidad un simple empaste.

Ignoro si es que antes no me fijaba tanto o si es que la falta de piezas dentales de la población va en aumento: nunca como ahora -en un país que es la cuarta economía de Europa a pesar de la crisis- he visto una pésima salud dental tan evidente, y lo que es peor, en gente muy joven. Sonrisas ennegrecidas y llenas de sarro, ausencia de molares y premolares, demanda de antibióticos sin receta para atajar lo que son horribles abscesos que acaban en extracciones, encías inflamadas que acabarán en periodontitis y éstas en bocas melladas. En definitiva, un desastre epidemiológico que conlleva la aparición de otras enfermedades orgánicas -cardiopatías, por ejemplo-, y al que las autoridades sanitarias no parecen darle importancia alguna, dejando la odontología en manos privadas únicamente, y una beneficencia más parecida a los barberos medievales en los centros de salud, donde sólo se realizan extracciones.

Así las cosas, es lógico que Vitaldent y las demás cadenas de odontología hayan ocupado un espacio tan grande en nuestros pueblos y ciudades, un espacio que, aunque más asequible a pesar de las sospechas citadas, para muchos sigue siendo un lujo que no pueden permitirse.

Como en todo lo que tiene que ver con la salud -y con la vida en general-, aquí también lo más eficaz es la educación. Educación, medicina preventiva e higiene. En ello debería incidirse desde la escuela, desde las casas y desde la administración, pero me temo que no se está en ello, o no se está lo suficiente. Hay sectores de la población que durante estos años -y quizá antes- han tenido que elegir entre pagar el alquiler o pagar el implante, y eso son cosas que no deben aceptarse en una sociedad como la nuestra. La salud dental no puede ser un bien de lujo, y es necesario alzar la voz y exigir que más servicios básicos de odontología sean competencia de la sanidad pública, y no sólo de profesionales privados y cadenas oportunistas.

He pasado mucho tiempo de mi vida en los dentistas -la genética bucal no se elige, hay quien tiene la dentadura de Vargas Llosa y quien tiene la de Onetti-, y sé de lo que hablo. Algunos de mis amigos son odontólogos, y lo hacen lo mejor que pueden dentro de una profesión noble. Pero estas letras son un llamamiento a la dignidad: se debe tener derecho a una boca sana, a que determinados tratamientos sean gratuitos y/o subvencionados. No se puede buscar trabajo ni vivir tranquilo cuando para reír -si es que ese individuo tiene algún motivo para ello- tiene uno que taparse la boca con la mano.

Miguel de Cervantes terminó de esta forma el prólogo de sus Novelas Ejemplares, refiriéndose a sí mismo: Los dientes, ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y peor puestos.

Ojalá puedan cambiar las cosas en materia bucodental, aunque sea con cuatro siglos de retraso.