Como prestado el título de un programa de TVE de hace decenas de años. Cuando todavía era el Real, con mayúscula, un guionista de televisión tuvo la feliz idea de hacer una producción para ver al Madrid desde una perspectiva diferente. Y fue un éxito. Sus jugadores aparecían en la pantalla hablando de todo menos de fútbol y en las situaciones más variadas, con el humor y la cercanía humana por bandera. Otros tiempos, mejores tiempos, añorados días en los que los aficionados íbamos a los estadios sintiendo los mismos colores que los protagonistas del juego. El maldito parné y los negocios turbios aún no sustituyeron al deporte, a la pasión y al espectáculo competitivo en el campo y en los palcos.

Es fácil criticar ahora al Real Madrid rasgando las vestiduras y la imagen de jugadores y técnicos. Pero la culpa no está ahí, anda más alto. Desde estas páginas venimos señalando hace años que el mejor equipo del siglo XX dejó de ser un equipo para convertirse en el departamento de relaciones públicas del señor Pérez y sus intereses empresariales y económicos. Además de un juguete dominical en manos de quien cree a pie juntillas que entiende de fútbol más que nadie y diseña plantillas a su gusto.

Quienes siguen esta columna, con quienes comento a menudo estos detalles, saben que soy muy crítico con la gestión de don Florentino, y que vengo reiterando que es el peor presidente en la historia del equipo blanco. Como resumen, mantengo que convirtió al Madrid en el antiguo Barça: los jugadores y técnicos de más nombre en el campo y en el banquillo, y el eterno rival a levantar títulos. Miren los datos objetivos desde el año 2000 y analicen, comparando con los decenios anteriores desde la mitad del citado siglo XX. No admite dudas lo que mantengo.

La derrota en el derbi madrileño ante el Atlético hace dos fines de semana, una más, parece que quitó la venda de los ojos a muchos que hasta ahora no repararon en la principal crítica que venimos haciendo al equipo merengue: la clave de su deterioro se fraguó en el medio campo. Hasta un argentino recién aterrizado en los colchoneros procedente del Celta y reaparecido tras una lesión, Augusto, puso en evidencia a los medias puntas -la debilidad de Pérez con su epígono Zidane como vieja referencia- y volantes ofensivos que pueblan la sala de máquinas madridista, sin un medio centro que mantenga el tinglado. Pero es que solo hay uno en la plantilla blanca: Casemiro, y no juega. Los grandes equipos siempre jugaron con uno o dos medias puntas, con uno o dos obreros tras ellos para cubrir los descosidos que genera la vocación ofensiva de los mismos. No todos pueden ser artistas. Repasen la historia.

A los madridistas se les va a hacer larga la temporada; demasiado. Y en la próxima ya veremos, de mantenerse los criterios del que manda -el verdadero problema- el equipo volverá a EEUU o a China, porque allí se juegan sus intereses extradeportivos. Y habrá salidas sonadas y llegadas rumbosas, que la bomba, en sus propias palabras, hay que cebarla cada año para distraer la atención de la masa. Los árboles deben impedir ver el bosque de sus manejos.