Las montañas de basura son las protagonistas absolutas en las miles de fotos que circulan estos días por las redes sociales y los grupos de WhatsApp. Nunca la mugre fue retratada con tanto entusiasmo, tal y como si se hubiese convocado un premio para la imagen más repugnante de todas. Contenedores rebosantes de basura, bolsas con desperdicios apiladas en peligroso equilibrio e incluso incomprensibles selfies. Málaga como escenario de una guerra de la basura retransmitida al minuto por todos los canales y aliñada con términos como «alerta sanitaria» para completar la escena. La peor imagen y, lo que es peor, una imagen repetida y que se veía venir.

Cuando escribo este artículo el conflicto permanece enconado aunque hay negociaciones de nuevo entre las partes. Así que puede que la foto de hoy, ojalá, sea la del acuerdo y la de los trabajadores en el tajo, de nuevo limpiando la ciudad como quien recoge los papelillos de colores tras la desagradable función. Entonces, cuando llegue ese momento, sería bueno preguntarse qué viene después. En lo visual, la mugre no desaparecerá así como así de las calles tras más de una semana acumulando sólidos y líquidos en descomposición. Los malos olores no se evaporarán en un día y más difícil aún será eliminar lo que no se ve pero que ha hecho que el conflicto estalle una vez más: la mala gestión, los acuerdos en falso del pasado o los derechos mal entendidos junto a la falta de responsabilidad de unos y otros.

Tantos vicios repetidos y confesados sin rubor que parece imposible partir de cero y empezar a hacer las cosas bien. De hecho, ahora mientras el Ayuntamiento de Málaga habla de llegar a un acuerdo que tenga rango de convenio colectivo, el comité de trabajadores de Limasa argumenta que ya tienen un fallo judicial que los ampara. Posturas enfrentadas y alejadas de la reconciliación. Sólo espero que cuando todo termine ninguna de las partes pose para la foto sonriente y como gran triunfador porque en esta guerra sólo hay vencidos y culpables.