Si para Fiodor Dostoyevski el grado de civilización de una sociedad se mide por el trato a sus presos para mí se califica por su cantidad de basura, y no me refiero a las barricadas pestilentes que han puesto a Málaga en el centro de la noticia, sino a la mugre podrida que lo impregna casi todo.

Cuando nadie imputó al iluminado Joan Turull, a la sazón portavoz de CiU en el Parlamento catalán, por un delito tipificado en el Art. 504 del Código Penal al decir abiertamente que el Tribunal Constitucional sólo es un órgano político que decora jurídicamente sus resoluciones se establecieron nuevas reglas del juego democrático permitiendo que todo hijo de vecino se sintiera legitimado para faltar al respeto de que y quien le venga en gana. De aquellos barros estos lodos.

Cada día asistimos a nuevas provocaciones y desplantes, pero eso tristemente ya no es noticia. Lo que de verdad me sorprende es que se produzcan en los foros y lugares más inadecuados.

Ahora resulta, por ejemplo, que la alcaldesa de Barcelona entiende que un pasillo con cámaras es la mejor vía para notificar un desagrado municipal, como si estuviera tomando cañas y al girarse en la barra del bar viera a un militar ante el que sintiera la imperiosa necesidad de aclararle con media sonrisa su repugnante presencia. Así, a botepronto. Quizá olvida la otrora payasa del disfraz y el escrache que ella no asiste a los eventos por ser Ada Colau, sino por ser la cabeza visible de la institución a la que representa, y como tal debe comportarse. Lo mismo le ocurrió a Rajoy perdonando en campaña electoral al chaval que de un puñetazo le puso la cabeza en Lugo y las gafas en Tarifa, porque el hostión no se lo llevó Rajoy por ser vos quien sois, se lo llevó el presidente del Gobierno y de paso todo el sistema democrático.

Ni una alcaldesa ni un presidente son mis colegas, pues tienen unas prerrogativas y unos beneficios que les hacen primus inter pares, primeros entre iguales. Ellos gozan de unas prebendas y tienen ese poder por una sola razón, porque nosotros se lo hemos dado, y a nosotros nos lo deben. Por eso es inimaginable que se crean que pueden comportarse como institución cuando les conviene y como personas cuando les interesa. No, no pueden. La responsabilidad no es un trabajo de ocho a tres, es una condición, un estado mental, y debe ser mantenido públicamente con dignidad por respeto a quien te lo dio. Va en el sueldo.

La sociedad aún no está preparada para entender que una figura intangible por el rol que desempeña pueda comportarse como tu amigo, es ilógico y contranatural. Y ya no digamos si el gobernante es el tonto del lugar, la tonta del bote; y si no están de acuerdo conmigo piensen que esta sociedad es capaz de permitir el drama del Egeo, alimentar los programas de televisión más putrefactos, no poner coto al fracaso educativo, elevar a criminales como Otegi a los altares, escupir sobre su historia y desangrarse por el paro mientras los bancos multiplican beneficios.

Y esto no ocurre sólo con los políticos, también pasa con los jueces, con los policías, con las merdes de las reinas y con todos aquellos a los que constitucionalmente hemos alzado a un privilegiado estrato desde el que pivota el Estado de Derecho. Deben cuidarlo, mimarlo y cultivarlo cada día mientras desempeñen sus funciones, lo contrario no servirá más que para confundir al personal con la manida y difusa línea que separa la opinión del insulto, la que diferencia a la mujer del César de la más puta del pueblo.

Por lo que a mí respecta usted puede insultar a Pérez de los Cobos, agredir a Rajoy u ofender a Alonso, allá usted con su libre albedrio y sus consecuencias, lo que es inadmisible por el bien común es insultar a un magistrado del Tribunal Constitucional, agredir a un presidente u ofender a un teniente coronel; y si ellos lo permiten por cobardía, por el qué dirán, porque se lo ordenan o porque a título individual creyeron que no fue para tanto que luego no se quejen de nada, porque el día menos pensado les pasará lo mismo que a Margarita Cansino, que lamentaba que sus amantes se acostaban con Rita Hayworth y se despertaban con ella.

Una noche nos iremos a dormir en un país medio serio y despertaremos en la casa de Tócame Roque, y para entonces no podremos más que sentarnos y preguntarnos en qué momento la hedionda basura lo contaminó todo, sin el casi.