Como me ocurrió el año pasado y, seguramente me ocurrirá el próximo, me duelen los pies de ver por la televisión cómo caminan los malagueños detrás de su paso procesional preferido. Tenemos mucha suerte de poder elegir cómo y con quién compartiremos esas horas de oración y penitencia. Yo elegí acompañante hace más de medio siglo, lo que no tenemos aún claro es el paso a seguir. Mientras tanto, he encendido la televisión que, aunque no debe puntuar igual en el libro de los buenos y de los otros, no perjudicará la circulación sanguínea de nuestras ancianas piernas.

Acaban de descubrir otra utilidad de la caja tonta. Poco a poco nos convencerán de que la televisión no formaba parte de las desgracias que después, muchos años más tarde, dieron por llamar las plagas de Egipto. La cabeza nos la puso ahí El Señor para algo más que para llevar el sombrero. No, si cuando una está de buenas, hasta discurre. ¡Aleluya!.

Desde esta tribuna envío un sonoro beso a mis nietecitos (cerca de dos metros de altos), que aunque ya necesite coger una escalera para depositar mi ósculo semanal en sus frentes, no dejo de reconocer que a esa edad nosotros éramos mucho más resolutivos que los niños de hoy y pensábamos de vez en cuando en el futuro. Quizás Miguel de Unamuno llevara razón cuando decía: «El exceso de gachas, agacha». Otros, ¿quién sabe? añadirían: «Dame hoy pan y mañana, llámame tonto».

Amables lectores, gracias por aguantarme y que ustedes se lo procesionen con gusto, con alegría. Y, añado, que el próximo año estemos todos deseosos de coger las velas y el incienso. Besitos de Abuela Rosa.

*Mª Rosa Navarro es licenciada en Historia Medieval y arqueóloga