Cuba libre on the Stones. El nuevo cóctel de ron con el que brindar con el diablo después de bailar los 3´54 minutos de Start me up. «Enciéndeme, tú me puedes encender». Después de la Habana no queda ninguna noche a la que los Rolling no le hayan sacado su lengua descarara en rojo. El logotipo idea de Mick Jagger y que dibujó un joven diseñador londinense a cambio de 50 libras de 1971. Nunca imaginó John Pasher que su creación, los morros centrales de la portada del mítico álbum Sticky Fingers, sería uno de los iconos más famosos del pop. El movimiento artístico que convirtió la publicidad en una popular imagen de consumo que proporcionaba felicidad al alcance de cualquier hogar. Nunca antes ni después, la clase media tuvo o ha tenido una marca propia como el pop. Coca cola, coches, muebles, batidoras, erotismo en la bañera, en los vestidos y en la máscara de labios, estrellas de cine, superhéroes, sensualidad en detergente. La vida en collage y en cómic, en poliéster, en gomaespuma, en latas de sopa y de cerveza. Los anuncios del deseo en colores puros, brillantes y fluorescentes. Un producto barato y en masa, divertido y comercial con el que la política, el dinero y el mercado del arte iban a conseguir su mayor conquista social: crear ciudadanos en serie, adictos al fetichismo del hedonismo de masas. Desde entonces la clase media ha sido educada por la radio, la televisión, los medios de comunicación, la publicidad, la masividad del consumo y la comida rápida. Nos inculcaron que los sueños y las revoluciones pueden imprimirse en un póster, que el dinero era la llave que permitía acceder y disponer de casi todas las cosas, el remedio universal contra las frustraciones.

En ese ámbito, el Pop Art supuso también una teatralización, podríamos decir que valleinclanesca, de esa nueva sociedad de culto a la apariencia, proclive a la falta de profundidad y de significado, y basó sus temas pictóricos en el doméstico universo cotidiano, en el imaginario colectivo de Hollywood y en el aura de los objetos. Al mismo tiempo reflejó con cierta ironía las conductas y los estados de ánimo de una sociedad cada vez más industrializada. Es indudable que el Pop, como expresión artística, significó un lenguaje plástico nuevo y supuso en algunos casos una crítica más o menos directa o subliminal. Un siglo después su papel también mantiene vigente el interrogante de si en el fondo fue una rebeldía contra la sociedad de consumo o una glorificación estética de sus vicios.

La pregunta pesa menos en España, donde el movimiento tuvo una relectura personal llevada a cabo por excelentes e innovadores artistas, a pesar del conflictivo período de los sesenta sometido al debate de si el arte sólo debía indagar en la vanguardia estética, si daba también una respuesta cultural a diferentes situaciones políticas o si proponía una reflexivo cuestionamiento sobre los propios lenguaje de la vanguardia. Una de las mejores formas de entender el tema y resolver dudas es acercándose a Reflejos del Pop en el museo Carmen Thyssen de Málaga. Una interesante y sabrosamente escogida exposición -apuesta de su directora y comisaria Lourdes Moreno- compuesta por 46 obras de Eduardo Arroyo, Luis Gordillo, el Equipo Crónica y el Equipo Realidad. Sus trabajos muestran la renovación de un lenguaje pictórico que filtró las influencias norteamericanas e inglesas del pop e indagó en la poética visual de una plástica entre lo intelectual y lo lúdico, y cuyo mayor éxito es la brillantez y contundencia con la que hizo dialogar la dictadura franquista y el progresivo cambio social del que emergía la clase media del Seiscientos y del turismo, del tocadiscos y los jingles de publicidad. La década Coca-Cola y la cultura yeyé.

Merece la pena detenerse, disfrutar y descifrar el valor plástico y la modernidad de pinturas como El realismo socialista y el pop art en el campo de batalla, esa jungla en guerra con el Vietcong del 69, con onomatopeyas de Lichtenstein, presagiando la derrota de seis años después; en Vallecas Melody o en El Intruso, ejemplos hermosos del pop incómodo y activista de Equipo Crónica en jaque con los símbolos franquistas, -como el Guerrero del Antifaz-, el autoritarismo, la policía y la cultura. El crítico Valeriano Bozal, estudioso del arte del siglo XX, ha defendido siempre que Manuel Valdés y Rafael Solbes, integrantes de EC, pusieron en solfa «la manipulación histórica de la que el régimen se servía para legitimarse, reflexionar sobre la condición del lenguaje artístico y sobre la dialéctica de lo público y lo privado».

La misma sensibilidad y criterio ha tenido la directora/comisaria al escoger las piezas con las que Equipo Realidad, Jorge Ballester y Juan Cardells, denuncian la erotización de la mujer como reclamo publicitario y la aureola del imperialismo bélico norteamericano mediante Romeo y Julieta y La divina proporción, sin olvidar la apropiación como relectura, evidente en La alfombra mágica basada en el Sueño causado por el vuelo de una abeja…de Dalí. No se puede descender de la exposición sin deleitarse en la teatralidad plástica y el poder narrativo de Eduardo Arroyo, y en la ácida ironía de Luis Gordillo en su construcción del fragmento y en su parodia de la estética del maquillaje femenino como decóllage. Dos maestros de la máscara y sus posibilidades.

Cinco años acaba de cumplir el Museo Carmen Thyssen de Málaga, y esta exposición es una excelente manera de celebrar su acierto y la andadura respaldada por las 200 obras de su colección permanente. Un pastel al que se le podrían sumar las velas de un ciclo de conferencias acerca de la vigencia de este movimiento al que la Tate de Londres le rindió homenaje el pasado año con la magnífica exposición El mundo hizo pop. No me cabe duda de que si el ayuntamiento de la ciudad respalda de verdad la cultura museística de la ciudad (muy necesitada también de que la institución preste más atención y reconocimiento a los artistas locales con escasos espacios expositivos) Lourdes Moreno programará ese ciclo que englobe la pintura como espejo social, su expresión de nuevas propuestas de aprehender la realidad, a modo de diálogo con las expresiones marginales, sobre el influjo del kitsch o como crítica a esta sociedad vacía de significados y contenidos en la que los avances tecnológicos y los mitos, inherentes a este eterno movimiento con nuevos iconos en la música y en el deporte, se enfrentan a la crisis del consumo que está provocando la muerte de quienes conformamos la clase media. Hijos de aquel movimiento que terminó convirtiéndonos en objeto de consumo de la economía que un día nos vendió la felicidad a cómodos plazos. Aún así, los supervivientes volverán a consumir el mundo feliz de los valores simbólicos del sistema. Incluso creerán que el arte es el soma.

Y es que pop somos y en pop nos convertiremos.

*Guillermo Busutil es escritor y periodista

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