Se cumplen 400 años de la muerte de Cervantes. Nótese que comenzamos este artículo dando noticias. Mi relación con Don Quijote comenzó gracias a un profesor de bachillerato que entendió que es mejor dar trigo que predicar y que por tanto decidió que dos de las clases semanales de literatura las íbamos a dedicar a leerlo. A Cervantes, no a él. Todos pensamos rápidamente, con esa mala baba adolescente, que era un vago y que quería ahorrarse dar clases. Y allí estábamos los cuarenta becerros: enfrentados cada cual a su ejemplar de tan admirado libro, leyendo. El aula en silencio. Paz. Cada uno a su ritmo. Incluso alguno, ahora millonario, sin ritmo ninguno. Otros se saltaban párrafos o se dedicaban a pensar en las musarañas o inclusive a realizar dibujitos, no faltando penes peludos, en los márgenes. Yo llevaba un tomo grueso y poco transportable que mi padre adquirió muchos años atrás. Otros compañeros traían ediciones de bolsillo o nuevas o que parecieran enciclopedias. Uno trajo un cómic y por poco lo apedreamos. Un compañero, incluso, traía una edición bilingüe siendo la otra lengua incomprensible de todo punto y, a decir de él, la lengua nativa de su madre, que había dado en casarse con un compatriota nuestro. No leí el libro entero. En ese curso. Lo acabé meses después y al siguiente verano releí muchos pasajes. Incluso probé a leerlo saltándome las novelas insertadas, intento este acometido en un otoño universitario de desengaño sentimental. Magreé menos pero aprendí mucho. Otra vez, en la treintena, cogí la costumbre de leer una página al día. Creo que mantuve la costumbre 71 días. En fin, lo tengo a mano y de vez en cuando lo miro, siendo esto seguramente mentira, pero obligado cuando se escribe de nuestro libro nacional. Cada cual tiene su propia relación con Don Quijote de la Mancha, no siendo descartable la que mantienen con él los que piensan que es un hostal o una marca de vinos. Otros creen que es un superhéroe y tenemos a los que, directamente, opinan que es un tostón.

Se han hecho ediciones adaptando la historia al castellano actual y se han hecho películas y hasta series. En no pocas ocasiones se organizan lecturas en voz alta. No faltan las adaptaciones al teatro ni quien intentara escribirlo en una cerilla. O sea, un Quijote por no decir un majara. El Quijote es un tesoro pero no para guardarlo y sí para gozarlo. No se va a gastar. Abro por azar la edición de la que hablaba antes y lo primero que leo es ´magnificencia´. No sé si es una señal del destino o mala suerte, pudiéndome haber salido Dulcinea o ¡Voto a bríos! o una reconvención a Sancho, que era un huevón entrañable y, dicen, uno de los dos caracteres prototípicos del español. Mi profesor, no. Era arrojado. Un Quijote. Dispuesto a bregar con descreídos, arrogantes y mangarranes. Que siempre le estaremos agradecidos.