Tenía que ser un gallego, de los de Madrid de Corte a Checa, el que pronunciara la frase en la que se ha ido arrimando, uno por uno, todos los terrores nacionales de esta época. Más que por la cita, ni que decir de su Gobierno, Rajoy pasará a la historia por haber sido capaz de engendrar una idea a la que sólo le falta el díptico publicitario de un campo de golf para convertirse en el cenotafio de la España que se impuso incorpórea y en diferido a partir de los noventa. Urgido por los escándalos de su partido, dice Rajoy que lo de Valencia le ha pillado por sorpresa, lo que da a entender que el presidente, o bien tiene un elevado espíritu para la comedia, o se ha pasado los últimos veinte años viviendo en un país lento y apócrifo, de los que, cierran, como hacía El Palacio del Pardo, con la mesa camilla y el rosario de las nueve. A la corrupción suma España entre sus talentos el de la mentira hierática, que es aquella que puede lucirse hasta con asas sin que el implicado tenga la más mínima necesidad de perder los estribos y de tambalearse. La mentira se ha convertido en una firma de autor reconocible y colectiva que no por ello constituye públicamente un denuesto y ni siquiera una humillación; hemos pasado, casi sin darnos cuenta, de la verdad demediada al bulo de trazo grueso y múltiple en evidencias. Rajoy dice que no conoce a Luis ni a Valencia y no pasa nada; Aznar, que fue inspector de Hacienda, tributa como impuesto de sociedades lo que debería pagar por el IRPF -con el consiguiente daño a las cuentas públicas- y tampoco. Tretas, argucias y añagazas que desembocan en el estilo más lampiño y ajeno a sofisticaciones, que es el estilo Soria, de quien se supone que debemos creer que su nombre y su firma aparecen en una sociedad offshore porque fueron trasladados por un arriero a partir de una hoja de fresno caída sobre el Támesis. Nunca las mentiras fueron tan zafias, de ahí quizá la indulgencia de los españoles. La universalización de la mentira y su falta de sutileza ha terminado por resultar de barra de bar y casi entrañable; de lo contrario no se explica el escaso coste electoral que tiene para sus autores. El pueblo, magnánimo, absolvió a la Andalucía de los ERE, a la Valencia de Rita y Fabra y va camino de hacer lo mismo con el PP, donde no todos son corruptos, pero los corruptos son tantos que podrían montar y desmontar las Cortes. Que España saque a Roca y le ponga a jugar de delantero. Total, todo vale. Incluso, a veces, decir la verdad.