Leo entre estupefacto y divertido que un ciudadano israelí ha interpuesto una demanda contra Dios para, a través del amparo judicial, conseguir una orden de alejamiento y evitar el contacto con el demandado. Así, a bote pronto. Alegaba el israelí en cuestión que, por lo visto, Dios llevaba un tiempo mandándole calamidades y haciéndolo pasar por un Job del Siglo XXI. Se conoce que la paciencia del demandante no es como la del bíblico profeta y se plantó en comisaría para interponer varias denuncias contra el Creador. Por consejo de los propios policías acabó por buscarse un abogado, otro iluminado, y reclamar lo que en derecho le corresponde: la paz y la felicidad. Pero lo llamativo no es tanto la demanda en sí, que también, sino que la reclamación fue incoada y admitida a trámite para su posterior archivo por la imposibilidad de ser notificada en un domicilio conocido, y ello aun sabiendo que Dios tiene el don de la ubicuidad. Tengo entendido que el juez ha manifestado finalmente que el asunto era una locura y que el demandante, quizá, debería buscar solución a su problema en otra institución. Psiquiátrica para todos, añado yo.

Esto, que puede sonar a majadería, tiene su enjundia si uno le echa un pensamiento. Partimos de la base de un personaje tan egocéntrico y megalómano que afirma varios hechos, a saber: la existencia de Dios, su tormentosa relación, que Dios no tiene nada mejor que hacerle la vida imposible, y el convencimiento de que Dios comparecerá ante Su Señoría para rendir explicaciones. Desconozco desde luego el sistema procesal israelí, pero el magistrado tampoco se queda atrás, porque ya le vale al cachondo mental admitir la demanda. Quién sabe, puede que el togado sintiera la irrefrenable necesidad de pegarse el gustazo de condenar a Dios, que también puede ser. A algunos jueces es lo único que les falta para revelar un secreto a voces, que muchos de ellos se creen tan divinos como el que más. Porque ellos lo valen. Puede que incluso alguno ordenara poner a Dios en busca y captura, cosas más raras se han visto.

Esto en España no pasaría. Primero porque Dios no tiene personalidad jurídica; segundo, porque si la tuviera seguro que estaría aforado; y tercero, porque es Padre, Hijo y Espíritu Santo, y según la ley española, llámenla pejiguera, no se puede demandar a alguien que es uno y trino.

La verdad es que visto cómo está el panorama actual casi entran ganas de que Dios se hubiera encarnado de nuevo para personarse ante el tribunal. Ya me imagino a todas las cámaras esperando su llegada, los sesudos comentarios de los tertulianos, los sucedáneos de juristas aportando su memez de turno y, cómo no, las redes enloquecidas con detractores y seguidores dándolo todo.

Puede que Dios valorase someterse nuevamente a la ley de los hombres para hacer un alegato que cambie el rumbo de la humanidad, ya lo hizo antes. Puede que Dios, para sorpresa de todos, mirara a los ojos del jurado y les dijera que un solo mandamiento nos dio, que no reconoce su obra en nosotros, o que su amor sigue vigente a pesar de los pesares. Puede que les preguntara qué hemos hecho con los dones que nos dio, qué esperábamos para recuperar la dignidad perdida, por qué nos abandonamos al pecado de mirar para otro lado y por qué nos convencimos de que ya no existía. Puede que Dios nos acusase de renunciar a nuestros semejantes, de idolatrar a falsas divinidades, de preferir el fariseísmo, o, mal que nos pese, de haberle negado una y otra vez la posibilidad de ser y hacer lo que sólo Él puede ser y hacer.

Para eso no hace falta creer en Dios. Bastaría con recuperar la confianza en las putrefactas instituciones, mirarnos al espejo con honestidad, hacer examen de conciencia, recuperar los valores que nos hacen hombres y tener la valentía de admitir nuestros errores. Pero claro, tal y como están las cosas eso sería un milagro, y entonces ya estaríamos poniendo otra vez a Dios en medio. Es lo que tiene.

Quizá el israelí no esté tan loco, o si. No sé.