Los servicio ambientales están en la UCI. Entorno estable, aire puro, agua limpia, tierra fértil, servicios que nos prestaba el planeta gratuitamente, ahora han de ser sostenidos por políticas ambientales, que conllevan coste económico, a fin de evitar su colapso. ¿Cuánto valen los servicios que la Naturaleza presta? Valen la vida del planeta.

El primer aviso se produjo en los años 70 del siglo pasado, con motivo de la publicación del informe sobre los límites del crecimiento en 1972. Después vino la primera crisis del petróleo en 1973. Y en 1974 se produjo el descubrimiento del agujero de la capa de ozono. Pero no hicimos caso de ellos. Se constata con la elección de presidentes o primeros ministros neoliberales elegidos: Valéry Giscard d’Estain en Francia; Margaret Thatcher en el Reino Unido; y Ronald Reagan en Estados Unidos. Hoy estamos en la época del cambio climático.

Las políticas ambientales son políticas de supervivencia y calidad de vida. Al tiempo que de equidad. Evitar el colapso de los servicios esenciales para la vida, es una política para la gente, de la misma manera que lo es construir un hospital o una escuela. La existencia de las políticas ambientales sólo tiene explicación en un contexto en el que los seres humanos no se reconocen en la naturaleza. No se sienten parte de ella. Viven aislados de la naturaleza, dentro de un vacío de naturaleza. Hay que darle, por tanto, la razón a Shakespeare, cuando decía, en Macbeth, que «la vida es una historia contada por un idiota».

Los servicios ambientales, reverso de las políticas ambientales, son condicionados por el impacto generado por la demanda humana, sobre los recursos existentes en los ecosistemas del planeta y la capacidad ecológica de éste para regenerar sus recursos. Este impacto se conoce como huella ecológica. Y es la cantidad de hectáreas de territorio ecológicamente productivo que necesita una persona para producir los recursos consumidos y absorber los residuos que genera. Desde la perspectiva de las generaciones futuras, la diferencia entre la huella ecológica y la superficie biológicamente productiva, es el déficit o deuda ecológica que deja la generación actual.

La huella ecológica de cada español en 2015 era, según el Ministerio de Medio Ambiente, de 6,4 hectáreas de territorio, que es casi el triple de la capacidad del territorio español. Un análisis por provincias, pone de manifiesto que la mayoría presenta un déficit ambiental severo. Que se acentúa en Barcelona, Madrid, Guipúzcoa y Vizcaya, que necesitan más de diez veces su territorio para mantener el actual nivel de consumo. En 2015, el 13 de agosto, la humanidad ya había gastado todo su presupuesto ecológico anual. Cada año este día llega más temprano. La huella de carbono es la parte más importante de este exceso ecológico global. La absorción de gases de efecto invernadero, el año pasado, requirió el 85% de la biocapacidad del planeta. Habría hecho falta el doble de los bosques para absorber todo el carbono que emitió la humanidad a la atmósfera en 2015. Este es el estado de la cuestión. Este déficit origina que el número de refugiados climáticos crezca cada año.

Las políticas ambientales hoy, todavía, son parte de las políticas del bienestar. Actúan tanto sobre la salud individual, como sobre los costos del bienestar social, actual y de las generaciones futuras. Sin embargo, de continuar el actual consumo de recursos y emisión de gases de efecto invernadero, al funcionar las patologías ambientales como multiplicadores de la inestabilidad. La previsión es un escenario de mayor impacto ecológico y social, mayores pérdidas económicas y mayor riesgo de «recesión democrática». Se podría originar, en ese caso, un deslizamiento hacia regímenes autoritarios o disfuncionales que esgrimirían el cambio climático como técnica de control social y de persuasión bajo el pretexto de actuación y la escasez de tiempo. Un dato. Con la legislación vigente, el cambio climático podría ser el pretexto para la declaración del estado de excepción.