Todo el mundo habla de lo bueno que es que haya debates, cuando de lo que deberíamos hablar es de lo bueno que sería que hubiera buenos candidatos. Aunque fuera para debatir. Habrá debates. La pregunta es por qué. O sea, cuándo. Queremos decir, por favor, que no interrumpan una de nuestras series favoritas. Si en la anterior campaña los debates eran una exigencia democrática y un derecho del elector y bla, bla, bla, en esta, que es una campaña bis, amenazan con ser un incordio y un deja vu, un importante coñazo si atendemos a la moderna tipología de coñazos, que los divide también en leves, solemnes, del quince, acojonantes o supinos. A mi los que más me gustan, si es que un coñazo puede gustarte, o sea, disgustarte poco, es el supino, que tiene un aire enigmático y un nombre equívoco y raro y que puede que por tal camuflaje lo confundas al principio y creas que es algo interesante. Y es que los coñazos pueden empezar así, sin tener pinta de serlo pero siéndolo muchísimo finalmente. Lo que más recuerda uno de los debates de la anterior campaña es que Pedro Sánchez llamó miserable a Rajoy, lo cual podría ser calificado como miserable, dada la rica adjetivación que presenta el castellano, la gran capacidad que contiene para zaherir y lo poco necesario que se hacía ser tan faltón. Otra cosa es que las políticas de Rajoy o de quien sea puedan resultar miserables. O míseras. Tal vez misérrimas.

La programación se va a teñir del color que exhalan los políticos en campaña: el de la cercanía, que es un color falso y repentino. Como el colorado que te entra en el rostro cuando te ves en una inesperada y embarazosa situación. Lo que viene llamándose un brete. Prepárense para ver a políticos con Ana Rosa y con Bertín, tal vez en Supervivientes o en la 2 y en Antena 3 o Telecinco y hasta en El chiringuito de jugones o en Los desayunos de TVE, donde hacen de todo menos desayunar, no descartándose que según el invitado lo que hagan sea darte el café. Prometer hasta debatir y una vez debatido, nada de lo prometido. Debatámonos todos en la lucha final, por ver quién es merecedor de nuestro voto, por ser menos coñazo.