"Homo sum, nihil humani a me alienum puto", esta cita del autor latino Terencio la utilizó Larra un 31 de mayo de 1828 en su artículo Corridas de toros. Larra, en su modernidad incomprendida, destilaba rechazo por una fiesta populachera allá por el primer tercio del XIX. Los toros de entonces eran espectáculos hoscos de los que Leandro Fernández de Moratín destacaba sus "suaves aromas del tabaco, el vino y los orines". Entonces en la plaza caían perros, caballos y pobres diablos que se enfrentaban a los toros en un ejercicio de diversión para el pueblo. Los toros de aquella época en poco se parecen a los espectáculos que hoy se sirven en las plazas.

"Hombre soy; nada humano me es ajeno". La cita de Terencio, vuelta a poner en el contexto taurino de la última semana, me ha ayudado a descubrir a seres inhumanos de la raza humana. Maestros y polemistas habituales que celebran la muerte de una persona. Las redes sociales, deshumanizadas, son un inmenso vertedero de inmundicia intelectual.

En estos casos el problema es doble: de un lado están los viscerales comentarios de mentes poco agraciadas, pero en el otro lado, el del altavoz, tenemos a los medios de comunicación carroñeros que picotean en la basura del vertedero para construir a precio de costo unos productos de lamentable calidad. Regodearse con la muerte de cualquier persona es indigno, de almas pobres. Aquellos taurinos del XIX a los que Larra describía como personas cuyo «recreo es pasear sus ojos en sangre, y ríen y aplauden al ver los destrozos de la corrida», tienen hoy su trasunto en los bárbaros infelices que ríen y aplauden al ver los destrozos de la corrida de Teruel. Descansa en paz, Víctor Barrio. Si te dejan.