A Isabel Solá la mataron a tiros la semana pasada. Ni la mataron por ser monja ni por ser cristiana. La mataron porque estaba en Haití ayudando a quien más lo necesitaba desde 2010. Esta monja de Jesús-María se marchó de España para encontrar su sitio en el país más pobre de América tras una de las mayores catástrofes que se recuerdan: más de 300.000 muertos, otros tantos heridos (muchos de ellos mutilados) y más de un millón y medio de afectados. No, no era el panorama más halagüeño. Sin embargo Isabel fue y se quedó y fue allí donde más feliz se sintió a tenor de sus cartas. Una religiosa que se ha ido.

Este sábado, en Loyola, un grupo de novicios de la Compañía de Jesús hará sus primeros votos para ser jesuitas. Entre ellos, un malagueño de 31 años: Ignacio Narváez. Es antiguo alumno de San Estanislao y una de esas personas que marcan cuando pasan por tu vida. Narváez es un tipo divertido hasta el extremo y que ha encontrado la felicidad dentro de la orden religiosa que fundó en el siglo XVI San Ignacio de Loyola. Nacho vivirá este sábado un día importante en el que muchos malagueños, amigos, le acompañarán. Narváez es un ejemplo de cómo en esta generación sigue habiendo personas entregadas a los demás. Un religioso que consagra su vida.

Recordaba Ismael Bárcenas, jesuita mexicano, a la monja asesinada en Haití compartiendo algunas palabras de Isabel Solá en las que la religiosa de Jesús-María destacaba: «Entiendo que mi misión en esta vida no es hacer y hacer, sino de ser y ser porque por muchos proyectos, trabajos, planes que esté llevando adelante, al final lo más importante es lo que somos y no lo que hacemos». Recordando a Isabel y conociendo a Ignacio Narváez, sé que él ha sido y estoy seguro de que es y será. «Ser, nada más. Y basta. Es la absoluta dicha».