A pesar de cómo está el patio; a pesar de que no tenemos Gobierno ni tiene pinta de que vayamos a tenerlo en breve; a pesar de que cada día que pasa hay más mierda en el agua de las playas que en las papeleras; a pesar de las guerras, de las crisis, de Jorge Javier Vázquez. A pesar de todo eso, quiero ser padre. Vislumbro la paternidad en el horizonte -unos días más cerca, otros días más lejos- con una mezcla de sensaciones en las que la ilusión suele ganar a los puntos al respeto y al miedo que, imagino, debe sentirse al tener a un churumbel al cargo. ¿A qué se debe esta repentina declaración de intenciones? No se me crispen, que todo tiene un sentido y una explicación. La noticia es de hace algunos días, puede que la hayan oído. Una joven austríaca, al cumplir los 18 años, decidía denunciar a sus padres. El titular desde luego es llamativo. ¿Maltrato en el ámbito familiar? ¿Una educación deficiente? ¿Carencias en su manutención? Nada tan doméstico y mucho más cotidiano. Anna Maier, que es el nombre ficticio con el que ha trascendido a los medios la joven demandante, ha acusado a sus padres de violar su derecho a la intimidad por haber subido a Facebook 500 fotografías de su infancia en situaciones que a la chica, ya más crecidita, pues le dan cierta vergüenza. El horrible descubrimiento de Anna se producía a los 14 años, cuando se abría una cuenta en la red social y comprobaba que su pompis y lo que no es su pompis eran públicos en internet. Sus ruegos a sus padres fueron infructuosos, así que la joven, nada más alcanzar la mayoría de edad, se ha aferrado a la Ley de Protección de Datos para lograr la retirada de las imágenes. Su padre declara: «Considero que es un derecho que tengo. Es mi hija». No sé ustedes cuántos álbumes de fotos tendrán en las que salgan, muy graciosos, con el orinal en la cabeza o agarrándose la pilila al borde de la piscina en unas vacaciones de hace unos cuantos veranos. Pues yo unos cuantos. Y también sé a quién se los he enseñado y a quién no se los enseñaría nunca: al 70% de mis amigos en Facebook, al creador de Instagram y al servidor en el que se alojan todas las imágenes que se suben a Facebook. Abrir las puertas de la familiaridad así por las buenas, sin preguntar, puede tener una multa de entre 3.000 y 10.000 euros. Pocos me parecen por enseñar el rostro de un hijo en Facebook, Twitter, Instagram y sea la red social que sea, de forma tan gratuita, por no mencionar lo empalagoso de algunas de las imágenes que plagan las redes. Les decía que aún no tengo claro cuándo ni cómo seré padre. Lo que sí sé es que, cuando lo sea, quien quiera verle la cara a mi vástago, va a tener que llamar a mi puerta. El juicio de Anna contra sus padres comienza en noviembre. Espero que se haga justicia.