Esta semana aúno dos filias y una fobia, por ese orden. Granada, Marbella y los hospitales. No es que deteste los centros sanitarios, y llámenme quisquilloso, pero odio el olor a lejía, los pasillos color verde pastel, las salas atestadas de virus, las conversaciones interrumpidas por las toses, los niños moqueando, la ostentosa ineptitud y falta de empatía de algunos profesionales, los familiares maleducados, la falta de aparcamiento, las horas de espera y los «para esto no está urgencias» o las mentiras tipo «siéntese ahí que ahora mismo le llaman». Pero me temo que, por poco que me gusten, los hospitales son absolutamente necesarios.

En Granada ha surgido la figura de Spiriman, el alter ego del Doctor Jesús Candel, el meritorio propulsor y cabeza visible de una multitudinaria protesta de la sociedad granadina contra la fusión de dos hospitales que, según afirman, encubre un recorte sanitario que pone en peligro la efectividad y la calidad de la sanidad en la ciudad de la Alhambra, la que me vio crecer. El Doctor Candel ya ha sacado a la calle a 120.000 granadinos, todos gritando una misma consigna: que con la sanidad no se juega. 120.000 malafollás con distintas creencias, colores o querencias políticas, unidos bajo un mismo lema.

En Marbella, la ciudad que soporta verme envejecer, el sentimiento de cabreo ante el abandono hospitalario viene encarnado por un movimiento social formado a través de la redes sociales bajo el nombre «Marbella se queja». Se trata de una página que se ha convertido en el azote de todo aquello que sus usuarios consideran que es francamente reprochable o mejorable. Un auténtico dolor de cabeza para los gobernantes locales que, a buen seguro, seguirá tan activo y comprometido cuando cambie el color o el signo político del mando municipal, porque lamentablemente cambian los alcaldes pero los problemas quedan.

En esta segunda iniciativa se ha convocado la tarde del día 10 de diciembre una concentración en la Alameda para solicitar la terminación de las obras de ampliación del Hospital Comarcal, un complejo sanitario que presta servicio diario a Manilva, Casares, Estepona, Marbella, Fuengirola y Torremolinos, y ni siquiera tiene servicio de neurología o un parking decente. Ya veremos si los costasoleños emulan a los granadinos o se queda en un intento bienintencionado.

Ambos casos comparten un denominador común, y es la alergia política. Se trata de movimientos ciudadanos ajenos a banderas y siglas, respuestas espontáneas a temas tan transversales y vitales como la repercusión del funcionamiento de la sanidad pública en los vecinos, un asunto que debería tener cabida y seguimiento mediático más allá de noticias sobre negligencias médicas y presupuestos autonómicos. Concentraciones pacíficas, la máxima muestra de la libre expresión y el derecho de manifestación, algo que hace temblar al poder por dos razones muy sencillas: cuando la semilla del cabreo germina es incontrolable, y los votantes ponen voz unánime a cotilleos y quejas hasta entonces dispersas.

Es lo que tiene la red social, que se acaba convirtiendo en un embudo donde convergen todas las ideas. Las similares se encuentran ellas solas, se acercan entre sí, se comparten y crecen hasta hacerse virales, infinitas. La mecánica es tan simple como efectiva, sólo hace falta un llamamiento acertado, que el público esté dispuesto a responder, y lo que nació como un comentario de barra de bar o un anhelo de mesa camilla se convierte en la pesadilla de cualquier subdelegado del Gobierno.

Quién no desea una ciudad limpia, quién no aspira a vivir en un barrio seguro, quién no ansía unos gobernantes competentes que antepongan el interés general al capricho partidista y particular. Es así de sencillo, así de rotundo. Es el populismo bien entendido, en su acepción más sana y sublime. Sin estatutos, sin prerrogativas, sin deudas ideológicas, sin gominas ni coletas. Es pura y llanamente la voz de un pueblo que cada día está más harto, el mismo que se echa a la calle ante el terrorismo para pintarse las manos de blanco y gritar «basta ya», el mismo que en los mundiales se pinta la cara de rojigualda y grita «a por ellos», sólo que ahora une esas manos, te mira a la cara, y grita con una sola voz un sonoro ¡QUEREMOS UNA SANIDAD DIGNA!