La elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos también va a tener un impacto importante en la zona de Asia-Pacífico, que es donde se estaba librando una descomunal batalla por la hegemonía entre los Estados Unidos y China. El regreso del gigante asiático a la geopolítica mundial tras cientos de años de aislamiento, había sido enfrentado por Obama con una red de pactos militares (Japón, Corea del Sur, Filipinas, Australia...) y con un tratado de libre comercio para el área Asia-Pacífico (TPP) que excluía a China. Obama quería completar esta política de contención con un giro hacia esta región que Putin y el Estado Islámico le impidieron ejecutar. Si ahora Trump cumple sus promesas electorales dará un vuelco a esta política, debilitará las alianzas militares norteamericanas en la región y la arrojará comercialmente en brazos de China.

Desde un punto de vista estratégico, Trump quiere que sus aliados asiáticos contribuyan más a su propia defensa aunque eso signifique que Seúl y Tokio se doten de armamento nuclear, rompiendo con décadas de política norteamericana y con las provisiones del Tratado de No Proliferación Nuclear. Además, Estados Unidos prestará en adelante menos atención a la libertad de navegación en el Mar del Sur de China, dejando a Beijing mayor libertad para continuar con su política expansionista a costa de sus vecinos (la Línea de los Doce Puntos), que no ocultan su nerviosismo y explica que algunos busquen un acercamiento a China, como la Filipinas de Duterte. Pero quizás lo más grave sea la ruptura por Trump de «la política de una sola China», simbolizada en su conversación telefónica con la presidente Tsai de Taiwan, que tendrá muy graves consecuencias en la relación EEUU-China y que seguramente Trump no imaginaba cuando cogió el teléfono. ¿O sí?

Desde un punto de vista económico, Trump ha prometido retirarse del Tratado de Asociación Transpacífico (TPP) «el día uno de su mandato» porque lo considera «un desastre» y sustituirlo por acuerdos bilaterales en los que la enorme potencia norteamericana impone sus condiciones. No en vano Trump es el mayor proteccionista que ha llegado a la Casa Blanca en los últimos cien años.

El TPP, como todo acuerdo de libre comercio, hubiera generado crecimiento económico en todos los países, aunque también hubiera perjudicado a algunas regiones y sectores económicos concretos. Pero verlo solo como un acuerdo económico implica desconocer su valor estratégico de configurar la arquitectura futura del comercio internacional en el Pacífico, eliminando tarifas arancelarias a 18.000 categorías de productos, protegiendo los derechos laborales de los trabajadores (como exigir sindicatos en Vietnam) y la propiedad intelectual, y limitando el apoyo estatal a empresas. China debería aceptar estos principios para poder adherirse. El TPP es la primera víctima del populismo miope y proteccionista que se extiende por el mundo, pero no será la última.

Japón está tan preocupado que el Primer Ministro Abe se fue a ver a Trump a su torre dorada de Manhattan, sin conseguir hacerle cambiar de opinión. Por eso John Key, exprimer Ministro de Nueva Zelanda, ha propuesto ¿solo en broma? cambiar el nombre del tratado para que se llame Trump Pacific Partnership... si con eso se consigue mantener dentro a los EEUU. Y sin los EEUU no parece que el TPP sea viable.

En su ausencia, ganará fuerza la Asociación Económica Regional (RCEP) que desde 2012 inspira Beijing y que agrupa a 16 países que representan al 30% del PIB y al 50% de la población mundiales (los de ASEAN, China, Japón, Corea del Sur, India, Australia, Nueva Zelanda y...Rusia) y que, detalle importante, deja fuera a los Estados Unidos. El RCEP es menos ambicioso porque se limita a rebajar tarifas arancelarias sin cubrir servicios, inversiones o propiedad intelectual y, desde luego, no toca los derechos humanos ni pretende introducir mejoras democráticas en los países signatarios. Pero aumentará el peso de China en toda el área de Asia-Pacífico porque los países de la región se acercarán inevitablemente a la órbita de Beijing al distanciarse de los EEUU.

La ironía es que el proteccionismo y la amenaza de Trump de imponer altas tasas de aduana a los productos procedentes de China por acusarle de alterar artificialmente el valor de su moneda, puede acabar desembocando en una guerra comercial que perjudique a los propios Estados Unidos, sobre todo si el RCEP incentiva a empresas norteamericanas a deslocalizarse hacia Asia para aprovechar el acceso preferencial hacia los mercados asiáticos que este tratado ofrecerá. Si eso ocurre, Trump no logrará crear los millones de puestos de trabajo que ha prometido sino que, como los cow-boys que no lograban desenfundar rápido, se habrá pegado un tiro en su propio pie. El Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca (de Obama) ya ha adelantado que renunciar al TPP perjudicará de forma directa a más de 150.000 empresas norteamericanas que dan empleo a 5 millones de trabajadores. No son cambios triviales los que trae Trump cuenca del Pacífico y por eso han despertado incredulidad, nervios y preocupación entre los aliados estadounidenses, junto con una enorme pérdida de prestigio de Washington. «No se puede uno fiar de ustedes», le dijo a Obama el primer ministro de Singapur en la Cumbre de APEC en Lima. En China, que acogió con beneplácito la elección de Trump, hay ahora temor por el riesgo de una guerra comercial abierta y por el enorme enfado que ha producido el cambio de política sobre Taiwan.

*Jorge Dezcállar es diplomático