El próximo viernes tomará posesión Donald Trump como presidente de los EE UU, en un ambiente de división radicalmente diferente del que se vivió hace ocho años cuando Obama llegó a la Casa Blanca. Asistí al acto como representante de España y soy testigo del entusiasmo de las multitudes que llenaban el mall de Washington el 20 de enero de 2009. Se diría que los problemas del país iban a desaparecer de golpe con la llegada del primer presidente negro a la Casa Blanca. Esas expectativas tan desmesuradas como irreales complican pero no deben enturbiar nuestro análisis.

Obama no quiere pasar a la historia solo por ser el primer presidente negro de los Estados Unidos y se marcó tres prioridades: enderezar la economía que atravesaba la peor crisis financiera y económica de los últimos ochenta años; repatriar las tropas de Irak y Afganistan; y dar cobertura médica a treinta millones de ciudadanos norteamericanos que carecían de ella.

La economía, al borde del descalabro que anunció la caída de Lehman Brothers, se ha recuperado tras una inyección de 800.000 millones de dólares y el paro se ha reducido a un envidiable 5%, que de hecho significa pleno empleo. En Irak y Afganistán, Obama ha mostrado dudas, cambios de criterio y enfrentamientos con los militares, como bien recoge el libro Obama’s wars de Woodward,y no ha conseguido repatriar las tropas pues aunque en Irak solo hay algunos ‘asesores’ para enfrentar al Estado Islámico, en Afganistán quedan 10.000 soldados para evitar que los talibanes regresen. Ninguno de los dos países se ha convertido en una democracia porque no se puede hacer democracias sin demócratas, y después de quince años de guerra, miles de muertos y billones de dólares ni el mundo ni los EE UU están mejor ni son más seguros. Y el Obamacare ha cumplido su objetivo a pesar de la oposición que ha encontrado en el Congreso y en lobbies privados de la medicina, seguros médicos etc. pero muestra muchos problemas y defectos en su aplicación práctica que no habrá tiempo de corregir si Trump lo desmantela.

Obama elaboró una doctrina militar (Strategic restraint) que se alejaba del unilateralismo de Bush, reservándose el derecho de intervenir en defensa de los intereses nacionales, pero procurando hacerlo con aliados, repartiendo gastos y dejando a otros el protagonismo. También quería concentrarse en el Pacífico, algo que le impidieron la intervención de Putin en Ucrania y una Primavera Árabe que no vio venir a pesar de haberla impulsado en su discurso de El Cairo de 2009. El vacío creado por la política de Obama ha sido rellenado por otros actores: Rusia en Europa y el Estado Islámico en Oriente Medio, donde también ha propiciado una pelea por la hegemonía regional entre Arabia Saudita y Turquía (sunnitas) contra Irán y sus aliados chiítas.

Entre sus fracasos más sonados hay que citar las guerras de Siria y Libia. Sus deseos de no verse arrastrado a la primera se ha traducido en una terrible matanza y en el regreso de Rusia a la región. Y el propio Obama ha reconocido no haber previsto los resultados de la defenestración de Gaddafi, como también subestimó inicialmente los recientes ciberataques rusos. Hay más fracasos debidos a la oposición inmisericorde de una Cámara que es republicana desde 2010 y de un Senado que lo es desde 2013. Los republicanos querían que Obama fuera un presidente de un solo mandato y aunque no lo han logrado, le han impedido cerrar Guantánamo, hacer la reforma migratoria que había prometido a los hispanos, o recortar el derecho a la posesión de armas que recoge la segunda enmienda. En otros asuntos Obama no puede echar la culpa a la oposición como en el aumento de deportaciones y de uso de drones, o de una violencia policial contra los afroamericanos que no ha logrado detener. Y si ha acabado con la tortura, no ha perseguido a los que la han aplicado. Tampoco ha frenado los abusos en las violaciones masivas de privacidad que denunció Snowden.

Pero también ha tenido éxitos importantes en la lucha por los derechos humanos como son la autorización de matrimonios entre personas del mismo sexo, o acabar con la discriminación por orientación sexual en el Ejército (don’t ask, don’t tell). Y en el campo internacional son innegables sus importantes logros en la normalización de relaciones diplomáticas con Cuba (aunque no haya acabado con el embargo, que depende del Congreso), facilitando así las relaciones de los EE UU con el resto del continente americano, y en el acuerdo nuclear con Irán, que evita que este país se haga con la bomba atómica y que se desate una carrera nuclear en Oriente Medio.

Quizás lo más importante del legado de Obama sea que ha apostado por un mundo basado en el llamado consenso de Washington, esto es, democracia representativa y mercados abiertos con instituciones multilaterales fuertes para la gestión de las crisis internacionales. Y todo ello respaldado por la fuerza militar de Washington con las limitaciones arriba expuestas de la doctrina de la Contención Estratégica. Este talante, tan diferente del que marcó la presidencia de George W. Bush, devolvió respeto mundial hacia los Estados Unidos y fue la razón por la que se le concedió el premio Nobel de la Paz. Su discurso de despedida en Chicago muestra su orgullo por lo logrado y su preocupación por el futuro de los valores democráticos que le han guiado. Sospecho que le echaremos de menos.

*Jorge Dezcállar es diplomático